Lucía miraba el mar, estaba recostada en la barandilla de una galería de la cabaña costera. A su lado, en una mesita, un frasco de ron y uno de agua tónica, junto a una copa calmaban su sed, producto de la dura faena sexual a que había sido sometido minutos antes.
Sentía que su vagina goteaba aún semen de cuatro vigorosos sementales. Estaba fatigada pero feliz, no diríamos satisfecha porque recién comenzaba el fin de semana.
Dentro de la cabaña, Pedro, su marido, Raúl, su eterno amante, junto a Rodrigo y Lisandro sus nuevos y jóvenes sementales jugaban una fuerte partida de póker con el culo de la mujer como premio. Lucía, ensimismada en el inmediato futuro rogaba que fuera Raúl el ganador. El hombre era quien tenía un pene de campeonato y sabía que su dolor sería estimulante y enloquecedora su calentura. Ya se imaginaba sintiendo esa tranca dentro de sus tripas, mientras mamaba los miembros de los otros tres machos.
Las exclamaciones y las risotadas se sucedían, en un momento hubo un silencio y un grito de triunfo de Raúl. Lucía estaba complacida.
Fue llamada a entrar, el poncho de tela fina fue retirado y quedó desnuda totalmente, ya los varones estaban desnudos con sus trancas erectas y palpitantes.
La cama, distendida y revuelta la llamaba, se arrodilló junto a ella y su marido abrió sus nalgas. Fue toda una ceremonia festiva como Raúl fue acercando su tremendo glande al agujero de su culo. Embardunó esa cabeza con un gel y poniéndolo bien en el agujero comenzó a forzar la entrada. La cabezota entró, Lucía lagrimeaba pero no tuvo piedad, Siguió penetrando en forma continua. Pedro levantó su cabeza y puso su boca a disposición de sus amigos, tres sabrosas vergas hacían de su boca u sacrílego santuario, su garganta sentía los glandes que la traspasaban con saña. Era torturada por los cuatro machos y eso la hacía feliz, La calentaba y removía todo su ser de puta. Las bolas de Raúl golpeaban sus nalgas abiertas, sentía que culo se dilataba y eso la colmó de más deseo. Tantas vergas en su boca ni gemir le permitían.
Rodrigo, Lisandro y Pedro, en ese orden eyacularon en su boca, era tanta la cantidad de semen que casi se ahogaba, pero pudo tragar todo, eso la hizo feliz y acercó su tremendo orgasmo. Todo su vientre se convulsionó un alarido reemplazó sus frustrados gemidos y desató la eyaculación de Raúl en lo más recóndito de sus tripas. Fue una eyaculación espesa, caliente, tan copiosa que produjo el efecto de una enema en el culo de Lucía. Un ruido como de corcho de botella de vino se produjo cuando Raúl sacó su miembro. Luía tuvo que correr al baño porque no podía aguantar sus tripas.
Ese fue el comienzo del uso de su ano por lo otros machos. El fin de semana fue de sexo continuado.
El lunes, ya en su casa, Lucía pidió a Pedro:
—Amor, que se repita.