Relato creado de manera asíncrona entre El Vecino del ático y Noelia Medina.
Le habían dado plantón. A ella.
Gastarse medio sueldo en aquella lencería sofisticada solo le había servido para sentirse doblemente ridícula.
Valeria se encontraba tumbada en la cama, aburrida, medio desnuda y con el móvil en la mano, de tweet en tweet. Entonces lo vio. Un perfil que, de entre todos, se quedaría grabado en su retina como escultura a la piedra.
Era Pablox82, y acababa de publicar una fotografía tumbado en la cama, acompañado de un texto que la hizo sentirse identificada. «Sábado noche y plantado con mis mejores galas». El muchacho se mostraba de torso hacia abajo, dejando ver sus oblicuos perfectamente marcados, justo por encima de unos bóxers de color rojo que había comprado para despedir el año. Valeria sonrió. Al parecer no era la única que tendría que quitarse la ropa interior sola si quería terminar el año desnuda.
Fisgoneó el perfil y lo que vio le gustó. Provocador sin ser explícito; sensual sin rozar lo vulgar. Torso firme y culo prieto. Imaginó lo que habría oculto y, atrevida, mucho más de lo que era normalmente, lo siguió. Miró el reloj y se mordió el labio inferior. Las diez de la noche. No era suficiente atrevimiento, así que decidió hacerse una foto y subirla. Si él la seguía, sería lo primero que vería.
Perdido en sus pensamientos, rozando la tristeza por tener que pasar solo esa noche que socialmente se auguraba tan especial, algo lo hizo volver a la realidad: una cuenta había empezado a seguirle justo después de haber compartido su estado. Se trataba de una mujer y eso le llamó la atención… Valeria, según su perfil. Sin pensarlo la siguió también. A ver qué se escondía detrás de esa misteriosa chica que una Noche Vieja se había interesado en él.
La primera imagen no era lo que él esperaba. Para su sorpresa, era mucho mejor.
Una luz tenue le daba a la fotografía un ambiente cálido y misterioso. En el centro y con claridad se reflejaba un espejo y, en él, la silueta de una mujer tumbada de lado con un body de color negro y de encaje.
No podía verle la cara, solo los gruesos y apetitosos labios rojos.
Tragó saliva y se recolocó la polla dentro los bóxers.
Sorprendentemente excitado, pues no lo habría imaginado minutos antes cuando su noche se predecía depresiva, Pablo, con la mano que sujetaba el móvil, presionó sobre el icono en forma de corazón que se mostraba debajo de la imagen que lo había cautivado.
Ya estaba hecho. Sin levantar la mano que reposaba sobre su ropa interior experimentó un cosquilleo imaginando que, quizá ella, estaría igual mientras miraba su foto.
Siguió frotándose con suavidad, notando cómo se ponía duro. Nada directo ni brusco; algo en aquella chica le pedía calma. Era extraño pero cierto. Necesitaba saborear. Palpar. Así que continuó palpando por encima de la tela. Como si no conociera su propio miembro y lo excitara explorarlo. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Arriba. Abajo. Lento. Suave.
Y se ponía más duro.
Más caliente.
Más eufórico.
Gimió bajito.
Entonces, sin pensar en nada más, detuvo su mano de repente y lo hizo.
Le habló.
Apartó la mano de la polla que no había dejado de acariciar desde que había quedado maravillado con la imagen de su amiga ciberespacial, con esa lencería que parecía tan cara, pero que, lo fuese o no, lo que sí era enormemente erótica y provocativa. Decidió dar el paso vía mensaje directo.
—Hola. ¿No me digas que también estás sola una Nochevieja?
En cuanto le dio a enviar, no pudo evitar resoplar por los nervios y la excitación.
Su mano volvió al lugar que su mente le ordenaba mientras esperaba si la aplicación le avisaba de alguna buena nueva.
Valeria sonrió al ver su mensaje. Había conseguido exactamente lo que quería.
—No debería. Pero sí, lo estoy —le respondió.
—Si te sirve de consuelo, yo tampoco debería estarlo y lo estoy.
Ella le envió una sonrisa. Nada atrevido, nada que el chico pudiera malinterpretar, no obstante, sus siguientes palabras no acompañaron aquel gesto inocente:
—Ahora no lo estás. Nos tenemos el uno al otro. Lejos, seguramente, pero no estamos solos.
Pablo se quedó asombrado por la declaración de intenciones.
—¿De dónde eres?
Algo se le removió dentro cuando ella le confirmó que pertenecían a la misma ciudad.
A una hora y media del cambio de año, de volver a la casilla de salida del calendario, esa respuesta hizo que se le parara el tiempo.
Tenía que responder y no sabía bien cómo hacerlo.
Era la oportunidad de, no únicamente pasar la Nochevieja acompañado, sino de hacerlo con quien había conseguido despertar sus deseos más salvajes e íntimos cuando todo parecía perdido, y sin ni siquiera conocerla.
Se sintió muy excitado. No paraba de imaginarse recorriendo cada centímetro de las piernas de Valeria hasta dar con lo que escondía esa magnífica y sexual lencería que había mostrado en la red social.
—No vas a creértelo. Yo también.
Ansioso, esperó la respuesta.
Ella advirtió la casualidad.
O era el destino, se dijo, que lo había enredado todo para no verse aquella noche con Rober, su follamigo, o era un sicópata y se la estaba jugando.
Pero Valeria era mucho de jugar con fuego para no morirse de frío.
Sin más conversación, si más fotos, sin más nada, le envío la ubicación de su pequeña casa con un texto que decía «La puerta estará abierta. Entra. Solo una condición: no hables».
«¿Estará riéndose de mí?», pensó. No podía creerse que aquella mujer misteriosa de labios carnosos le hubiera mandado su ubicación.
Nunca había quedado con nadie de esa manera, pero las ganas y la emoción ante la posibilidad de follar con tal bella mujer, cuando minutos antes solo estaba en sus pensamientos mientras se acariciaba la polla por encima de la suave prenda que la cubría, lo hicieron aceptar el juego.
Una proposición que podía ser peligrosa, pero también convertirse en la mejor noche de su vida.
Guardó las indicaciones y se vistió con el traje oscuro que le hacía tan elegante y había comprado justo para esa noche especial.
Se roció con su agua de colonia que solo usaba para follar y, sin que desapareciera del todo la erección acompañada de cierta humedad por los paseos que había estado dándose en la zona, se dispuso a salir en busca de su sensual y provocadora amiga.
Valeria lo sintió llegar.
¿Cuánto tiempo había pasado? Poco.
Guardó aire en sus pulmones para prepararse y le dio otro sorbo a la copa. Sin pensarlo, se acabó todo el vino que contenía. Era la cuarta que se tomaba, o la quinta, no lo sabía, pero la necesitaba para afrontar lo que venía.
No lo vio, pero escuchó la puerta cerrarse y el caminar seguro hasta que se detuvo tras ella, que continuaba sentada en la cama, mirando hacia la ventana y temblando. De miedo, de excitación, de expectación.
No lo vio, pero lo olió. Dulce, potente y arriesgado.
No lo vio, pero lo sintió cuando el aliento masculino cayó sobre su cuello desnudo como una cascada y le descompasó la respiración.
—Hola, Valeria —le susurró tras haber disfrutado unos segundos del aroma de su cuello.
—Acabas de romper el trato —advirtió ella en un tono pícaro sin darse la vuelta, por lo que su rostro seguía siendo un misterio.
No dijo nada más y ese silencio fue la aceptación de lo previamente acordado.
Posó las manos sobre sus hombros, le acarició la espalda y, de manera sutil, se acercó por el lateral hasta dar con la suavidad de sus pechos cubiertos por el body que había comprado, no con poco esfuerzo, para disfrutar de una noche de sexo sin límites.
Topó con los pezones. Duros, avisando de las ganas que tenían que fueran el objeto de deseo de su afortunado.
Entonces, ella fue en busca de sus manos para acompañarlo, guiarlo, y se dio la vuelta.
Era bonita en conjunto, pero fueron sus ojos oscuros los que atraparon a Pablo.
Supo, gracias a ellos, que sería correspondido con plenitud.
Valeria lo observó con detenimiento, mientras él, quieto, mantenía las manos sobre sus excitados pechos. Era guapo, alto y, como había sospechado, elegante.
Ella también analizó su mirada severa y caliente.
Sin dejar de contemplarlo, lo instó a mover las manos y acariciarla.
—Eres muy bonita —la halagó el hombre con voz ronca.
—Te he pedido que no hablaras.
—Entonces, cállame.
—Tú lo has querido —fue lo que obtuvo como única respuesta el apuesto bienvenido.
Valeria, que todavía estaba sentada sobre la cama, quedando la cintura de él a la altura de la cara, le desabrochó el cinturón mientras lo masajeaba para hacer esa tarea más placentera. Para los dos.
Notó un miembro más que considerable y eso la puso todavía más caliente.
Dejó caer el pantalón hasta la altura de los tobillos cuando él ilusamente le preguntó:
—¿Así piensas evitar que hable?
Ella apretó con fuerza su dureza, mirándolo a los ojos, provocándole un pequeño dolor que le hizo cerrar la boca de golpe.
—La próxima vez, te muerdo la polla. Ahora me la voy a poner en la boca y pienso relamerla hasta tener impregnado su sabor por toda ella.
Por un momento pensó que lo besaría para callarlo, sin embargo, ahí estaba, con su miembro entre las manos. Atrevida, sin tapujos.
Se dijo que con aquella exótica mujer lo mejor sería no pensar, solo actuar. Pero tampoco pudo hacer mucho, porque la fresa roja que tenía por boca se acercó muy despacio y rozó su glande humedecido e hinchado. Pablo cerró los ojos y suspiró al notar la calidez de los labios entreabiertos y la experta lengua que lo exploraba.
Cuando pensó —suplicó— que se la metería completa en la boca, Valeria alzó las pestañas para mirarlo directamente a los ojos y recorrió su longitud de arriba abajo y de manera superficial, empapándole el tronco conforme descendía hasta llegar a sus testículos. Los lamió y masajeó con maestría, consiguiendo que el hombre gruñera y sujetara su pelo oscuro, desbocado.
Sin utilizar violencia alguna, intentó controlar la cabeza de Valeria, pero no tuvo éxito. Ella le cogió la mano y la recolocó en su pecho izquierdo, sin dejar de mirarlo a los ojos para avisarle de que ese era su momento.
Él le bajó el body como pudo, dejándolo a la vista, y creó así una imagen tan erótica, que hizo que soltara un pequeño jadeo mientras era devorado por esa mágica boca.
Con un pecho tímidamente cubierto por la lencería fina y sexi que cubría su piel, y el otro libre por el gesto de Pablo, se había generado la imagen perfecta como símbolo del erotismo.
Mientras admiraba tal escena, sentía cómo los flujos de la boca de Valeria y los que él emanaba se fundían en uno propio, provocando un sonido ciertamente excitante.
Aquello de tomárselo con calma comenzaba a evaporarse de su mente. No podía más.
La asió con ganas y la tumbó hacia atrás en el colchón, deleitándose con su escandaloso cuerpo mientras descendía y se exponía ante él, con las piernas levemente abiertas.
Le habría desabrochado el body oscuro con una sola mano y, antes de acabar de hacerlo, habría tenido la lengua enterrada en aquel coño. Pero detuvo esos pensamientos. Sabía que el sufrimiento de su propia espera se convertiría en placer. Mucho placer. Así que se aflojó la corbata sin dejar de mirarla.
Se limitó a eso, a observarla directamente a los ojos y a morderse el labio mientras tanto. Una vez se hubo aflojado la corbata, se percató de que, aun así, le costaba respirar con naturalidad.
La deslizó por el cuello de la camisa hasta quedarse con ella en la mano y, como por providencia del destino, se le ocurrió atarle las manos por encima de la cabeza.
Ella sonrió y se dejó hacer.
—Haz lo que creas, pero recuerda el pacto.
Sin mencionar palabra, empezó a desabrocharse lentamente la camisa, dejando su torso atlético a la luz de la lámpara de la mesita de noche.
La lencería le seducía, su mirada lo atrapaba, pero su cuerpo… su cuerpo lo mantenía en un estado constante de excitación donde su polla estaba deseosa de penetrar su coño.
Y empezó a besar sus pechos. Primero el que estaba libre y, tras desnudar el otro, también. Mientras lamía uno, acariciaba al gemelo.
La lengua era una fuente de placer para ella y se lo hacía saber respondiendo con pequeños gemidos.
El contacto de la lengua con la zona del pezón, grande y rosado, le proporcionaba un tacto agradable que lo hacía querer más. Se explayó en tal menester mientras rozaba de manera no casual su polla con el sexo de Valeria.
La muchacha alzó la cadera, buscando la penetración. Pablo abandonó sus pechos, desamparándola, y subió hasta su boca. Era el momento de besarla. Mordió sus labios y sumergió la lengua. Buscó la de Valeria que, juguetona, lo lamió con intención.
Joder, cómo la deseaba.
Cómo le ponía.
Qué caliente estaba.
¿Qué le pasaba con aquella desconocida? No lo sabía, pero lo descubriría pronto.
Se agachó para hacerse con el plastiquito guardado en el bolsillo del pantalón y con rapidez lo abrió y se colocó el preservativo.
Sus ojos se encontraron y Pablo se enterró poco a poco, notando la humedad y tragándose los deliciosos gemidos femeninos que morían en su boca.
Ella lo buscó con desespero, enroscando las piernas en su cintura, y él se apartó para dejarla con las ganas.
Valeria arrugó el entrecejo e hizo un puchero. Después endureció la mirada.
—Fóllame —le exigió.
—Eso quería —dijo Pablo, y la penetró de una sola estocada que la atravesó de manera deliciosa—, que me lo pidieras.
Valeria estaba tan mojada, que esa primera embestida fluyó con total delicadeza; eso y la fuerza que Pablo había ejercido sobre su coño.
Aun así, la cogió por sorpresa y la hizo inspirar más fuerte de lo normal mientras apretaba los dientes, generando así un sonido altamente sexual, provocado por el momento de coger aire para respirar, sumado a la inesperada pero deseada penetración.
La mantuvo dentro y la miró. A los ojos. Ella hizo lo mismo y ambas miradas se fundieron.
—Acabas de hacerme el mejor regalo que podía tener esta Nochevieja —dijo mientras apretaba las nalgas de él para presionar todavía más. Los dos sexos juntos en perfecta armonía—. Creía que por culpa del cabrón que me ha plantado esta noche, iba a quedarme sola. Toda mi gente se ha ido de vacaciones y yo deseché la idea por vivir una fantasía que finalmente tú me has regalado.
—Pues…
—No hables, ya lo sabes —le cortó, sonriendo, y seguidamente le mordió el labio.
Le causó dolor ese mordisco, un dolor placentero que consiguió, si cabía, ponerlo más cachondo, y al pasar su mano por la zona enrojecida a cusa de los dientes de Valeria para averiguar si le había causado alguna herida, y relamerse el labio, volvió a mirarla con fijeza.
Levantó las nalgas lo suficiente para lograr su objetivo y deslizó con suavidad su polla húmeda y venosa hacia la salida de ese lugar que tanto rato llevaba deseando traspasar.
Lo miró extrañada por el abandono, pero antes de que pudiera siquiera razonar por qué había hecho tal cosa, su cintura estaba completamente alzada y la cabeza de Pablo ya se había perdido entre sus piernas.
Valeria se sujetó al colchón con fuerza al notar la ávida lengua recorriendo sus pliegues. Primero se deleitó con los labios mayores, saboreándolos como un manjar, después se internó un poco más en busca de profundidad.
Ella notaba los dedos hincados en sus muslos, la lengua en su interior, y veía el revuelto pelo oscuro del dueño de su placer.
Se desató al notar que llegaba a la cima con facilidad. Aquel extraño estaba consiguiendo que se corriera en pocos minutos. Por un momento sintió vergüenza al notar cómo se deshacía. Giró el rostro y se mordió el labio, reprimiendo el gemido. Pablo, que pareció intuir su lucha interna, endureció la lengua y se apretó más a ella, queriendo fundirse. Valeria gritó, claro que gritó. Y se retorció sobre las sábanas y bajo su boca, sintiéndose vulnerable por primera vez. Sintiendo que no tenía el control de su cuerpo, que lo había entregado.
El chico se incorporó. Sus ojos estaban más oscuros y parecían más fieros. Él, en sí, era más fiero. Su cara estaba empapada de los flujos que acababa de provocar y su polla a punto de reventar si no descargaba.
Sujetó a Valeria por la cintura y de un solo movimiento se tumbó en el colchón, colocándola encima. Quería verla, disfrutarla sobre él. Tenía las mejillas enrojecidas y los labios hinchados. La ropa interior mal colocada y ambos pechos fuera. Tenía ante él la imagen de la mujer que había dejado de ser salvaje para dejarse hacer, para entregarse completamente.
Era suya. Por una noche, quizá, pero suya.
La ensartó en su dureza y creyó morir al sentir cómo el interior lo atrapaba, cálido y estrecho. No hizo falta marcarle el ritmo, Valeria comenzó a moverse con agilidad, volviéndolo loco.
No podía hablar. No podía decirle que estaba a punto de correrse, que no aguantaba más si ella, mientras se meneaba de aquella manera, no dejaba de mirarlo a los ojos, con la boca entreabierta y los pequeños gemidos escapando. Tampoco hizo falta; Valeria lo sabía. Aquella dureza extrema que sentía dentro indicaba el final. Y el final siempre era el comienzo de algo nuevo.
El destino, como queriendo parafrasear su pensamiento, hizo que Pablo saliera de su interior, se desprendiera del condón y con un varonil gemido se derramara sobre aquella lencería cara que tanto juego había dado. La cubrió de él. Y mientras intentaban acompasar sus respiraciones, uno clavado en los ojos del otro, las campanadas sonaron y el Año Nuevo llegó.
El Vecino del Ático es el personaje de un aburrido asesor, escalador, batería, técnico de sonido de estudio, estudiante de derecho, escritor, padre, pareja… autor de la obra ¿Jugamos?, que verá la luz bajo el sello Editorial Lxl. Bueno, quizás no es tan aburrido… Tuitea relatos en forma de hilo, para mantener despiert@s a l@s lectores y remover sus deseos más escondidos.
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Noelia Medina se considera los dos extremos de una cuerda. En uno se encuentra la escritora de novelas eróticas sin ningún tipo de tabúes, en el otro, la creadora de relatos juveniles que se centra en las relaciones sanas, la empatía y la convivencia plena de los seres humanos. Para caminar de un extremo a otro de la cuerda de la vida, los cree necesariamente compatibles.
Tras siete diversas obras publicadas con Editorial LxL, se lanza al mundo de la autopublicación con la bilogía Tabú: Mi maldita droga dura y Mi maldita adicción.
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