El fin de semana siguiente Enrique y yo fuimos a visitar a sus padres, mis tíos. El viaje es en autobús de línea regular, y el viernes por la tarde nos plantamos en la estación, diez minutos antes de la salida. Había muy pocos pasajeros y la temperatura era ligeramente calurosa. Menos mal que los autobuses llevan aire acondicionado. Entre los que esperábamos había un chico de mi edad, rubio y vestido muy formalmente con traje, corbata y un maletín. Debía ir con algún encargo para el juzgado o una inmobiliaria, qué sé yo. No lo había visto nunca y no le presté ninguna atención. Al contrario que Enrique. Nunca ha demostrado un gran interés por un tío en concreto, por lo que me sorprendió al decirme en voz baja:
– ¿Qué te parece?
– ¿Éste? A mí nada. ¿Te gusta?
– Bastante
– ¿Quieres ligártelo?
– ¿Puedo?
– Inténtalo. Aún nos quedan unos minutos.
Vi que el desconocido se metía en los lavabos y di un empujón a Enrique:
– Venga, pero no llegues tarde.
Cinco minutos después salieron ambos por separado. Cuando Enrique volvió a mi lado:
-¿Qué?
– Bueno, nos hemos mirado y nos hemos sonreído.
– Para empezar ya es algo. ¿Le has visto la polla?
– Sí, es maja, pero aún no la tenía dura.
Los viajeros iban montando.
– ¿Seguimos?
– Vale.
El tipo subió antes que nosotros y se sentó en la penúltima fila. Nosotros… pues también, al otro lado del pasillo. Era un poco descarado, porque el autobús iba prácticamente vacío. Pero de eso se trataba. Yo me puse en el asiento de ventanilla y Enrique en el otro. Teníamos una hora y media de trayecto por delante. Improvisé un plan.
Llevábamos unos diez minutos de viaje. Enrique dirigía su mirada insistente hacia su vecino. Éste, desconcertado, no sabía dónde fijar la vista y simulaba consultar unos papeles de su maletín. Me incliné hacia Enrique y le besé abiertamente en la boca. Bueno, más bien lo morreé intensivamente, mientras le acariciaba el pecho con una mano por debajo de su polo verde. El tipo del otro lado del pasillo no pudo evitar mirarnos. Claro, para eso lo estaba haciendo yo. Al cabo de unos minutos le eché más cara al asunto y, dejando la boca de mi primo, me abrí la bragueta de los bermudas y me saqué la polla, que ya estaba bastante dura. Sí, lo reconozco, mi tendencia al exhibicionismo es muy fuerte y a veces me impulsa a acciones disparatadas. Me la fui meneando ante el joven ejecutivo y me fijé que su pantalón abultaba sensiblemente. Estaba algo acalorado y se aflojó la corbata, mientras me dirigía una sonrisa disimulada. Incliné la cabeza de Enrique y lo puse a mamármela. En esta posición, su culito quedaba enfrente de nuestro objetivo y el chaval tuvo el detalle de bajarse el pantalón ligeramente hasta mostrarle el principio de su raja, como ofreciéndosela.
Con la mejor de mis sonrisas le alargué una mano mientras nos presentaba:
– Hola, soy Miguel y él es mi primo Enrique
– Encantado, me llamo Raúl.
Mientras me alargaba la suya. Encajamos con un poco de esfuerzo: en medio estaban Enrique y el pasillo. Raúl distendió un poco su precedente nerviosismo. Lo que mantuvo fue la erección de su polla, escandalosamente visible. Enrique seguía mamando. Le sugerí a Raúl:
– ¿Te la sacas?
Miró a derecha e izquierda como preocupado por si alguien le veía. Nada. Además había atardecido y las luces del autobús no eran muy espléndidas. A pesar del retrovisor, el conductor no podía distinguir nada.
Raúl se soltó el cinturón, se desabrochó los pantalones y separó su slip blanco para liberar su verga. Aunque no era mi tipo, su polla me gustó. Le dije a Enrique que dejara de mamar y se incorporara. Cuando lo hizo, se giró hacia Raúl e hizo un gesto de relamerse los labios. Se estaba volviendo bastante atrevido.
Cuando Raúl se desplazó al asiento de la ventanilla, Enrique cruzó sigilosamente el pasillo para sentarse a su lado y se inclinó para cogerle la verga en la boca. Mientras tanto se bajó más el pantalón y el slip, y Raúl empezó a toquetearle el culo, buscando el ano adolescente. Enrique mamaba con auténtica pasión, y Raúl se estremecía y suspiraba cada vez más profundamente. Yo, sin dejar de observar la escena, me la iba meneando mientras sonreía a Raúl y le hacía comentarios obscenos:
– Chupa bien, el chaval, ¿no? Y si supieras la edad que tiene…
Y luego:
– ¿Qué te parece su culo? Métele el dedo bien adentro, verás cómo le gusta
Raúl no lo hizo. Se le veía cohibido para ciertas cosas.
Y a Enrique:
– Venga, dile a Raúl lo que más te gustaría
Enrique, abandonando por un momento la polla que estaba mamando, se soltó:
– Quisiera que me dieras por el culo
Pues vaya idea la nuestra. La petición de Enrique excitó tanto a Raúl que no pudo contenerse y empezó a soltar fortísimos chorros de semen en la cara de Enrique pero también sobre su camisa y su corbata. El muchacho los lamió de inmediato, aunque la corbata no quedó demasiado presentable.
Raúl quiso disculparse:
– Lo siento, Enrique, no quería correrme tan pronto… y te he puesto perdido
– Qué va, me gusta la leche. Respondió Enrique lamiendo toda la que pudo alcanzar y recogiendo el resto con un Kleenex.
– También siento que ahora no podré hacer nada más contigo.
– ¿Te hubiera gustado?
– No sé, quizá. Me gustaría probarlo, vamos.
– Bueno, ya lo harás en otro momento. No va a ser ésta la última ocasión.
Intervine:
– Yo voy a hacerlo ahora. Enrique, vuelve aquí y pon el culo.
Enrique volvió a trasladarse de lado de pasillo. Si el conductor miraba por el retrovisor, debía estar un poco mosca. Pero quizá no se había dado cuenta de nada. Afuera ya era bastante oscuro.
Mi verga ya estaba bien lubricada y cuando ordené a Enrique que se sentara encima, le entró inmediatamente. Raúl se sorprendió:
– ¿Te lo vas a tirar aquí?
– Claro, quiero que lo veas. Y así aprendes.
Y empecé a joderle el culo con ritmo y fuerza. Estaba muy caliente y sabía que no aguantaría mucho. Enrique se pajeaba mientras su polla rozaba el respaldo del asiento delantero. Le advertí:
– Vigila de no poner el asiento perdido
Raúl alargó el brazo para pellizcar los pezones a Enrique. Éste, sin poder esperar más, se corrió soltando la leche… en el respaldo del asiento, como había previsto. Las contracciones de su ano sobre mi verga me llevaron inmediatamente al orgasmo y regué de semen todo el interior de mi primo. Por lo menos, no manché el autocar.
Nos quedamos en la misma posición unos minutos, jadeando. Raúl se había recompuesto la ropa y nos observaba boquiabierto.
– ¡Qué morbo, tíos!
– Bueno, parece que te lo has pasado bien. Como nosotros
– Pues la verdad es que nunca me lío con chicos… yo tengo mi novia… vamos… pero eso…
– No te avergüences si te ha dado gusto. Es normal.
– No sé…
– ¿Nunca te has follado a un tío?
– ¿Por el culo? No nunca… pero ahora pienso que debe ser la hostia. ¡No quiero dejar pasar la oportunidad!
– Pues ya sabes, Enrique estará encantado
Ya estábamos llegando.
– Enrique y yo vamos a casa de sus padres. ¿Y tú?
– Me alojaré en el hotel que hay junto a la estación de autobuses, esta noche y la próxima.
– Déjanos tu número de móvil. Ya veré qué podemos hacer.
Bajamos. Mis tíos nos estaban esperando. Abrazos, besos, etc. A Raúl no le esperaba nadie pero le dedicamos una amplísima sonrisa de despedida.
Tuvimos suerte. Los padres de Enrique y el hermano de éste, Javier, estaban invitados a cenar en casa de unos primos que yo apenas conocía. Aunque insistieron para que los acompañáramos, por lo menos Enrique, éste pretextó que se hallaba cansadísimo del viaje y un poco indispuesto, y que ya iría a saludar a los primos al día siguiente. Sus padres mandaron a Enrique a la cama inmediatamente. Yo fui a acompañarle a la habitación que compartía con su hermano. La mía era distinta, como es de suponer.
Cuando cerré atraje a Enrique hacia mí y metí la lengua en su boca mientras le tocaba el culo.
– Aún te sabe al semen de Raúl. ¿Qué habrán pensado tu familia con los besos de bienvenida?
– Espero que no se hayan dado cuenta
– Por cierto, ¿qué tal era?
– Buenísimo, espeso y muy dulce, pero me ha quedado poco. Casi todo lo ha echado en el asiento y la ropa
– A ver si luego lo disfrutas más. Anda, enséñame el culo.
Enrique se bajó el pantalón y el slip y se puso a cuatro patas en el borde de la cama. Le separé las nalgas e introduje un dedo que se deslizó suavemente hacia adentro.
– Aún tienes el mío dentro. Me gusta que lo hayas conservado
– A mí también me encanta aguantar tu leche dentro
– Pero ahora hay que sacarlo. Has de estar a punto por si Raúl te quiere dar la suya.
Le abrí más el ano con un par de dedos y todo el semen de mi follada le salió en un par de borbotones. Lo recogí con una esponja y fui a enjuagarla al lavabo. Volví con la esponja húmeda y la pasé por el ano rosado. Metí el dedo nuevamente y comprobé la elasticidad del esfínter. Perfecta.
Enrique tomó la iniciativa.
– ¿Y si llamamos a Raúl?
– Estará cenando. Por cierto, que deberíamos hacer lo mismo.
– Es sólo un momento, ya lo haremos luego
– Te recuerdo que estás oficialmente indispuesto y acostado
– Anda, va
– ¿Te ha gustado, verdad?
– ¿Raúl? Sí, claro
– Bueno, pues llamo
Le pillé en un momento en que había bajado a la recepción.
– Hola, soy Miguel. ¿Estás bien? Aquí tengo alguien que se muere por verte.
– Y yo. ¿Cómo lo hacemos?
– Así discretamente, pregúntale el nombre al chico de recepción y me lo dices.
Lo oí a la perfección. Era Ignacio, un buen compañero. No nos pondría ningún problema.
– Pásamelo
– Nacho, soy Miguel. ¿Puedo pasar a ver a este amigo mío que tienes ahí? Gracias, majo, estoy aquí en cinco minutos
Fuimos par allá. Al entrar me di un abrazo con Nacho. Raúl había subido a la habitación.
– Ya le aviso
– No te molestes, subimos nosotros. Dime el número.
Creo que no sospechó nada, sobre todo porque yo llevaba a Enrique conmigo. Cuando llamamos a la puerta, Raúl nos abrió enseguida. Iba sólo con un bóxer amarillo muy ceñido. Visto de cuerpo entero estaba bastante bueno. Habría tomado el sol en verano y lucía un levísimo vello dorado. Enrique entró y yo cerré la puerta por dentro. Raúl me alargó la mano pero yo me acerqué y le estampé un beso en los labios. Parece que no se lo esperaba.
Abrazó a Enrique efusivamente
– ¡Cómo me alegro de verte!
La habitación de hotel, impersonal como todas, tenía la luz muy fuerte y la persiana abierta. Me ocupé de ponerlas a tono mientras Raúl y Enrique se besaban.
– Venimos sólo un ratito. Mis padres están fuera pero regresarán pronto.
Raúl parecía un poco nervioso. No tenía práctica en estas situaciones. Pero en su bóxer se marcaba un buen bulto y una manchita de humedad. Tuve que intervenir
– Enrique, acaba de desnudar a Raúl
– Es que… Yo… Aquí mismo…
– Oye, si lo prefieres me voy y os dejo solos
– Quédate
Enrique se arrodilló y bajó el bóxer de Raúl. Inmediatamente lamió el líquido del glande. Raúl se estremeció y acarició el pelo del muchacho. Yo preferí acomodarme en un sillón en la zona de penumbra para gozar del espectáculo.
Mientras la tenía en la boca, Enrique se soltó los pantalones y se quedó con un slip naranja. Ya tenía una buena erección. Se le notaba feliz. Raúl lo levantó después de unos minutos. Y le susurró:
– Desnúdate
Se abrazaron estrechamente y mientras sus pollas chocaban, al máximo de su tensión. Las manos de Raúl acariciaron largo rato las nalgas del adolescente. Me fijé en que uno de sus dedos intentaba abrirse paso hacia el ano del chico. Yo también me había sacado los bermudas y tenía la verga superdura y goteante. Pero creo que ambos se habían olvidado de mi presencia.
Raúl deshizo el abrazo y tomó de la mano a Enrique, llevándolo hasta la cama. Enrique se tumbó y levantó las piernas, abriéndolas y ofreciendo su entrada al joven rubio.
– Ven, es todo para ti.
De rodillas sobre la cama, Raúl apoyó la punta de su verga en el botón rosado. Apretó. Pareció sorprenderse de la facilidad con que entraba y su rostro pasó a tener una expresión de felicidad que lo transfiguraba. Sí, estaba bien, su culo era atractivo y le hubiera hundido la lengua en el centro. Sin embargo, hoy era el día de ellos. La emoción era muy fuerte y no duraron demasiado. Jadeando, Raúl eyaculó su esperma dentro de Enrique y se derrumbó sobre él sin sacarla. Se quedaron, unos instantes, juntando sus bocas. Yo me saqué un Kleenex que llevaba preparado y también solté un buen chorro de semen en él. No había que ensuciar la habitación. Cuando me recompuse, llamé la atención a los dos amantes.
– Vamos, chicos, no os vais a quedar así. Enrique y yo tenemos que irnos, ya es tarde.
Raúl saltó como impulsado por un resorte. Enrique, más lentamente. Se metieron a la ducha y salieron enseguida. Se vistieron.
– Os acompaño a la puerta
En el pasillo Raúl hizo algo inesperado. Se acercó a mí y me besó. Dijo
– Gracias
Y a la salida.
– Tenéis mi teléfono. Volveremos a vernos
La noche ya era oscura y algo fresca. Las calles estaban poco iluminadas
Continuará (espero no tardar dos años como ahora).