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Un amigo pasajero
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Hace unas semanas que llegué a Santiago, por temas de negocios, me hospedé en el hotel Solace en la Calle Valdivia, bastante elegante diría yo.

Después de haber hecho algunas diligencias, decidí tomar un tiempo para relajarme, conocer algunos lugares y tomar un trago. Fui a un bar llamado Sungate Bar, al que me recomendó una amiga, pedí un vodka y disfruté de la estancia.

A dos puestos de mí, se encontraba un joven de piel morena, de cabello largo pero bien recortado, era muy atractivo, por un momento dejé de ser discreta mientras lo detallaba a lo cual el no tardó en darse cuenta, me sonrió y alzó su trago como ofreciendo un brindis, sonreí y le devolví el gesto. De repente, sin previo aviso, caminó hasta donde me encontraba yo.

– Una hermosa gabardina.

Dijo él, con una sonrisa en su rostro recogiéndolo del suelo, cerca de mis zapatos de tacón, mientras levantaba su mirada pudo toparse con mis piernas vestidas en pantimedias negras semitransparentes y por encima de mis rodillas, mi falda de corte de secretaria. No es por presumir pero tenía buena pinta.

– Oh! Vaya, que descuidada soy, lo coloque en el espaldar de mi asiento y no me percate cuando lo dejé caer. Dije en tono apenada.

– Tranquila, me llamo Erick, ¿puedo invitarle un trago señorita? Dijo él, con su voz seductora.

Le dije, Virginia y accedí sin pensarlo dos veces, conversamos un rato y pude conocerle un poco, a pesar de que ambos estábamos casados hubo cierta atracción, sabía cómo encantar y seducir solo con hablar, fue todo un caballero. Intercambiamos números y quedamos en vernos nuevamente

A dos días de habernos visto, recibo su llamada para invitarme a un bar, le dije que sí y llevé a lucir un vestido no muy largo con escote en los hombros. Nos encontramos y lucía mejor que antes, el color negro le sentaba bien. Pedimos unas bebidas y después de unas horas, sentía que ya era momento de parar las copas e irme al hotel, me quise despedir pero me ofreció ir a su casa que estaba cerca, lo cual no me pareció tan mala idea.

Antes de llegar a la puerta de su casa ya le estaba besando de manera muy intensa, supongo que era un poco por lo ebrios que estábamos, abrió la puerta con rapidez y al cerrarse ya sentía que sus manos rozaban mi sexo. En medio de la escena me pidió un momento y me dijo que tenía un regalo. Me pareció extraño ya que solo era la segunda vez que lo veía, sacó de un cajón, un collar negro y unos juguetes sexuales.

– Si decides usarlo, te prometo la mejor noche de tu vida. Dijo con una sonrisa.

Quedé perpleja pero me excitó la idea. Con una sonrisa pícara le acepté la propuesta y mientras realizaba un baile muy sensual, me quitaba todas y cada una de mis prendas y me abrochaba las correas en lo muslos.

– Estoy lista mi señor. Dije mordiendo mis labios y tocándome suavemente mi sexo.

A él le excitó escucharme decirlo así.

– Acércate. Me ordenó.

Apenas me tuvo a la mano, haló del collar bruscamente hasta que mi boca se encontró con su miembro.

– Demuéstrame que sabes hacer. Dijo.

Sonreí, me había encantado su manera de agarrarme y empecé a lamer y a jugar con su miembro usando mis manos, me tomó del cabello y me obligó a que me lo metiera y sacara completo múltiples veces, él estaba extasiado ya lo tenía bien erecto. Me levantó nuevamente por el collar y me puso frente a su rostro.

– Eres una sucia, te la sabes tragar toda. Me dijo y me besó.

Me acostó sobre la cama para probar el sabor que tenía mi sexo, gemí apenas sentí su lengua rozándome y sus dedos que me preparaban para penetrarme.

– Dime que se siente, perra. Me dijo

– Ah!! Se siente bien, mi señor… Deme más, quiero más. Dije casi llegando a un orgasmo.

En ese momento, llevó su mano por mi espalda y haló mi cabello, se acercó a mi oído y me susurró.

– Yo decido que darte y cuando dártelo…

Y sin más me penetró y me escucho gritar y derramar algunas lágrimas extasiada de placer, una y otra vez, cada vez más rápido, mi respiración se agitaba y la de él también mientras yo afirmaba sin control.

– Soy toda tuya.

– Lo eres, ya eres mía, perra. Siente a un verdadero hombre. Decía el, algo agitado.

Me colocó de espalda, arrodillada, tomo la correa que tenía mi collar y lo jaló llevándolo entre mis piernas. Quedé de perrito con la cara sobre la cama y mi sexo bien levantado.

– Ahora pareces más una perra.

Me penetró por mis dos orificios sin control alguno, yo gemía y pedía más, ya estaba a punto de correrme por segunda vez, sentía como entraba y salía de forma brusca… Dejé derramar bastante líquido espeso sobre su gran miembro, me volteó y me sentó sobre él.

– Termina, zorra. Me dijo.

Y sin pensarlo dos veces empecé a dar saltos sobre su gran hombría. Una y otra vez, intercalando movimientos circulares y otros de arriba hacia abajo.

– Uff. Suspiraba yo.

– Ah! Si, así es, eres una experta en esto. Dijo extasiado mientras tocaba mis senos con una mano y la otra apretaba mi glúteo izquierdo con rudeza.

Llegamos a un punto en el que me ayudaba y yo aceleraba mis movimientos, así haciéndose cada vez más y más intenso, hasta que acabó dentro de mí, solté un gemido glorioso junto con él y caímos exhaustos.

– Te dije que no te arrepentirías. Dijo, mientras bajábamos la aceleración y nos quedábamos dormidos.

Luego de esa noche, Erick y yo nos vimos un par de veces más y disfrutamos de apagar la calentura y deseos que nos consumían. Tuve que volver a mí casa porque mi estancia en Santiago había culminado. Nos separamos, pero nunca olvidaré aquella experiencia con el joven de gran carácter para dejarme ser tan sumisa.

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