La habitación era un cuchitril. Al menos la ducha funcionaba. Y bien que estaba necesitada de una ducha.
Su amo, o lo que fuera, ya la había indicado que cuando acabase de limpiarse dejaría de ser una niña. Ja. Como si el simple hecho de meterse un trozo de carne fuera tan importante… Aunque bien que había ella fantaseado con su primera vez. Un bonito vestido, bonita ropa interior, una bonita habitación, con el amor de su vida esperándola en la cama… O por lo menos un chico agradable.
En su lugar le esperaba… Era mejor no pensar mucho en ello.
Cerró el grifo y se puso el albornoz. Respiró hondo y abrió la puerta del baño.
Fuera le esperaban los tres hombres.
Se acercó dónde estaban despacio, como si no quisiera llegar nunca.
-Esto le va a doler.
-Es una perra fuerte – replicó su amo.
Se tumbó en la cama mientras el hombre preparaba las agujas.
La explicaron con todo lujo de detalles lo que pensaban hacer con ella.
Iban a colocarla un collar de hierro con argolla en su cuello, en sus muñecas y en sus tobillos.
Iban a empezar poniéndola un chip, como la mascota en la que se había convertido.
La iban a anillar en la ceja, en la nariz, en el labio, en la lengua, en los pezones, en el ombligo, en los labios vaginales tanto externos como internos, en el clítoris.
La iban a meter
La iban a tatuar “Entregó mi mente y mi cuerpo a los deseos de mi amo y señor Nicolás” y “Soy la puta perra de mi amo y señor Nicolás” en ambas piernas, desde la cadera hasta el tobillo. Y “Saco de Semen” y “Retrete Humano” en la cara interna de los muslos.
-¿Lo ha entendido todo? ¿Está conforme?
Laura no sabía que había que entender. La iban a cambiar de arriba abajo y solo era el primer día. Firmó.
Empezaron abriendo el albornoz, abriendo sus piernas y atando tanto estas como sus manos ante la atenta mirada de su amo.
-Dejad el coño y los pezones para lo último, deseo hacerlo personalmente.
Laura sintió en su cuerpo cada pinchazo y cada punzada mientras los hombres la cambiaban poco a poco. Y lo aguantó todo sin gritar.
Y tal y como les habían dicho, cuando solo les quedaba cambiar la zona íntima, los dos hombres recogieron sus cosas y se marcharon.
Nicolás había seguido todo el proceso sin moverse, tomando una copa, fumando un cigarrillo, sin apartar la mirada.
Laura no podía explicar el porqué, pero estaba excitadísima.
La ordenó abrir la boca y escupió dentro. Sabía a tabaco, alcohol, a hombre.
Recorrió con la yema de sus dedos su vientre hasta llegar a su coño. Lo tenía palpitante y deseoso de que jugaran con él.
Abrió su coño y escupió en su interior.
Apagó el cigarrillo en su clítoris. Laura jamás había experimentado un dolor semejante, tan intenso y tan aterradoramente placentero.
Cogió las agujas y comenzó a perforarla y anillarla. Esta vez pequeños gemidos mezcla de dolor y de placer escapaban de su boca.
Su amo la desató y le arrojó un sujetador negro, unos pantalones vaqueros cortos y zapatos de tacón de aguja.
Ni si quiera podía caminar a su lado, debía ir detrás de él mientras se dirigían de nuevo al bareto.
El ambiente del mismo había cambiado con respecto a esta mañana. Los hombres allí reunidos parecían mucho más rudos y mucho más brutos.
Supo de forma instintiva que todos los presentes querían follársela y que seguramente, lo iban a hacer.
-¿Y cuáles son tus deseos, Nicolás? – preguntó uno de ellos.
-Entra en el aseo, Babas, te utilizaremos de retrete durante toda la noche.
Haciendo de tripas corazón, Laura se encaminó hacía el aseo…
-Quítate la ropa, no la vas a necesitar – la comentó cuando abrió la puerta.
Se echó mano al sostén y se quitó los pantalones, entrando desnuda al aseo entre los vítores del respetable.
No reconoció al primer hombre que entró. No importaba. Solo sabía que ese desconocido medio borracho sería su primer hombre, el primero que sentiría en su interior, el primero de muchos.
La ató de cara a la pared, en forma de L, preparándola para que él y los demás pudieran disfrutar de su coño o de su culo sin inconvenientes ni molestias, atando igualmente sus manos a la espalda.
Se la folló como un animal toma a su hembra.
No la importó. Era así exactamente como se sentía.
Terminó la follada completamente exhausta, reventada de dolor y de placer.
Hubo un segundo, y un tercero, y un cuarto… Hasta un trigésimo. Estaba desvirgada de ambos agujeros.
Uno de ellos, no recordaba quien, le había colocado unas pesas colando de sus pezones, que se balanceaban con cada embestida. Los tenía rojos, hinchados y tremendamente doloridos.
Su amo pasó el último y comenzó a pegarla con una fusta en el culo hasta que le reventó el brazo. Ató sus pies y su cuello a una correa, sin
Solo se podía mover a pasitos cortos mientras seguía a su amo a través del bar…