Pablo era hijo de soltera, moreno, de ojos negros, pelo rizado, delgado, alto, guapo, muy infantil para la edad que tenía en lo que al sexo se refiere y un buen amigo.
Lo peor, "o lo mejor", que encontré en él era la obsesión que tenía por las tetas de su madre. No paraba de hablar de ellas. El pobre se mataba a pajas.
Aquel día estábamos robando cerezas de vino sentados en dos ramas de un cerezo. Después de escupir la pepita de una cereza y meter un puñado de ellas dentro de la camiseta, me dijo:
-Estuve otra vez cerca de comerle las tetas a mi madre, me faltó…
-¿Echarle huevos?
-Sí, me faltó eso, echarle huevos.
-Cómo siempre. ¿Qué pasó esta vez?
-Pasó que le dije que me dolía la cabeza, me sentó en sus rodillas y apoyó mi cabeza entre sus tetas.
Le dije, en tono jocoso:
-¡Graaandes y blaaaanditas!
-No te rías de mí. Hombre.
-Estaba de broma. ¿No te ofreció una aspirina?
-No.
-Claro, quería darte el biberón a ver si te pasaba.
A Pablo no le gustaba el cachondeo que me traía con él.
-¿Quieres parar de decir tonterías?
-¿Te volviste a empalmar al apoyar la cabeza en ellas?
-Si, y después me hice una paja.
-A ver, alma cándida. ¿Te crees que tu madre no ve el bulto en tu pantalón? ¿Te crees que al hacer la cama no ve el color amarillo que queda sobre las sábanas al secarse tu leche? Tu madre, cuando hace esas cosas quiere follar contigo. Lleva muchos años sola y es muy joven…
Me interrumpió.
-¿Tu madre cuándo te acaricia la cabeza quiere follar contigo, mal pensado?
-Mi madre no se pone escotes para andar por Casa que le llegan hasta el ombligo. Lo sé porque me lo dijiste tú.
-Sí, es verdad que te lo dije, pero eso es cuando tiene calor.
-¡Joder si tiene! ¿Y sabes donde, atontado? En el coño.
-¿A dónde quieres llegar, Quique?
-A que folles a tu madre. Te lo está pidiendo a gritos bueno, y si se puede, a follarla yo también.
Pablo, entró al trapo.
-Tú que sabes mucho de eso. ¿Cómo lo haríamos?
-Durmiendo yo un día en tu casa.
-¿Así de fácil?
-Tienes que dar tú el primer paso. Métele mano y dile que te enseñe las tetas.
-¿Quieres que me ponga en las rodillas y me ponga el culo rojo con la zapatilla?
Aquellas palabras hicieron que le contestara con otra pregunta.
-¡¿Aún te da con la zapatilla?!
-Cuando me porto mal, sí.
-Con el pantalón puesto, claro.
-No, a calzón quitado.
Allí había tomate y Pablo no lo sabía.
-¡Joooder! Dime una cosa. ¿Acabas empalmado?
-Siempre, es que…
-¿Qué?
-Que para castigarme aún más me mete un dedo en el culo, y a mí me gusta, sabes.
-Lo sé yo, lo sabes tú y lo sabe ella. ¿Te mira para la polla después de calentarte el culo con la zapatilla?
-Mira.
-¿Alguna vez se mordió el labio mirando para ella?
-Sí, varias veces. ¿Crees que le gusta?
-¿Qué sí le gusta? ¡Está deseando comerla!
-Me estás empalmando, Quique.
-No eres tú solo el que se está empalmando. ¿Y tu madre que hace después de darte en el culo?
-Sus cosas, lo que le toque hacer, coser, lavar, planchar… Pero por la noche le debe pesar por que llora en su habitación.
-¿La sientes llorar?
-La siento gemir y llorar.
-¿Y suspira?
-Suspira, gime, pero al final acaba llorando…
La madre de Pablo se excitaba con él y mataba a pajas. Ahora quien lo interrumpió a él fui yo.
-¡A moco tendido! ¿Y nunca la viste desnuda?
-Casi.
-¿Cómo que casi?
-El mes pasado se compró una enagua de seda y me llamó desde su habitación para que fuera y le dijera cómo le quedaba.
-¿Y?
-Y no sé cómo le quedaba porque cómo era transparente me fijé en sus tetas y en el pelo rizado de su coño, la polla se me puso tiesa y tuve que taparla con la mano y volver a mi habitación. ¡Que vergüenza pasé!
-Estas cosas nunca me las habías contado.
-Es que mi madre dice que lo de lo azotes, los escotes, el camisón y otras cosas no lo debe saber nadie.
-¿Es que hay más cosas?
-Hay.
Seguí tirando de él.
-Oye. ¿Y la viste más veces así de provocativa, cómo cuando la viste con el camisón trasparente?
-Hace un mes la vi delante del espejo del armario de su habiación tocándose las tetas. Estaba desnuda, de espaldas. Pero eso fue normal.
-¿Normal?
-Si, hombre, fue cuando hubo aquella epidemia de pulgas.
Casi me da la risa, cuando le dije:
-¿Y crees que es normal que tu madre estuviera matando pulgas con las tetas?
-Y con los dedos, pues después también andaba con una mano en el coño. ¡¿No pensarás que se estaba masturbando?!
-¡Qué va! Estaba matando pulgas con las tetas y con el coño. Con las tetas las asfixiaba y con el coño, cómo las pulgas no saben nadar, las ahogaba en sus flujos vaginales.
Puso cara de pensar, esa cara en la que se pone una mano en el metón, se mira hacia arriba, se tuerce la boca, y después se emite el pensamiento:
-¡Quieres ver que sí, que se estaba masturbando!Tienes razón. Mi madre quiere follar conmigo.
-¿Al final caíste del burro abajo? Sin tiempo no era.
-Es que me acordé de algo que pasó antes de ayer.
-¿Que pasó?
-Que a eso de las dos de la mañana fui a mear y vi a mi madre desnuda sobre la cama iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana. Cogí un empalme de caballo. Saqué la polla y la machaqué mirando para sus tetas. Mi madre puso las manos detrás de la nuca, abrió las piernas, y dijo:
-¡Qué ganas tengo de una polla gordita dentro de mi coño!
-Me asusté, y antes de que me viera seguí mi camino y acabé la paja en el cagadero.
-Me mentiste. ¡La habías visto desnuda, cabrón!
-Una mentirijilla de nada. ¡A la mierda! Creo que debí ir a su lado y follarla.
-¡A la mierda vamos a ir los dos si no salimos pitando! ¡¡Ahí viene el loco!!
Pablo, miró para donde miraba yo y vio venir corriendo hacia el cerezo al dueño de la huerta con una escopeta en la mano. Estaría a unos trescientos metros de distancia. Bajamos del cerezo a toda mecha y pusimos pies en polvorosa atravesando huertas que llevaban a un robledal, donde acabaríamos de comer las cerezas que metiéramos dentro de las camisas.
Aquella tarde, Germán, un viejo que usaba boina y llevaba puesto un pantalón de pana y una camisa negra que se volviera casi marrón de tanto usarla, en la puerta de la casa de Matilda le estaba dando las quejas.
-… Me rompen las ramas y me joden el cerezo,
Matilda, la madre de Pablo, tenía 36 años y un cuerpo que quitaba el hipo… Tenía de todo y todo muy bien puesto le preguntó:
-¿Estás seguro que era mi hijo?
-Sí, era tu hijo y Quique, el cabronazo ese que va de machito.
-Hablaré con Pablito cuando llegue a casa. ¿Hay algo que pagar?
-No, pero la próxima vez, si la hay, puede que tu hijo acabe con el culo lleno de sal de un cartucho de mi escopeta.
Matilde, tenía muy mala hostia. Poniendo una cara que metía miedo, le dijo:
-¡Y tú muerto! ¡¡Fuera de mi vista!!
El viejo, escopeta en mano, se fue mascullando Dios sabe que barbaridades.
Cuando Pablo llegó a casa ya sabía que el viejo hablara con su madre y que si hacía lo que le había dicho Quique podría acabar caliente, aunque también podía ser que si lo hacía se cumpliera su sueño. Matilde estaba sentada en una silla de la cocina.
-¿Quieres merendar?
Parecía que no estaba enfadada.
-Ya vengo merendado.
-Harto de cerezas. ¿A que sí?
Pablo, fue junto a su madre, le quitó una zapatilla del pie derecho… Era una zapatilla negra, de felpa, con piso esponjoso, de las baratas, de las que se compraban en el mercado. Se la puso en la mano derecha. Quitó el cinturón, bajó la cremallera y bajó los pantalones. Ya estaba totalmente desarrollado. Una polla de unos quince centímetro, gorda y a media asta quedó colgando sobre unos huevos hinchados. Le levantó el vestido a su madre y se echó sobre las piernas desnudas, blancas cómo la leche y llenas de vello negro.
-Castígame, madre. Fui malo.
-Mala me estoy poniendo yo, hijo.
Pablo, se preocupó por su madre.
-¡¿Te mareas?!
-Casi, hijo, pero no es la clase de mareo que tú piensas.
Le dio.
Matilda, nunca lo había azotado así. Sentía la cabeza de la polla de su hijo mojada rozando una de sus piernas y comenzó a mojarse.
-¿Quién te dijo que me provocaras, Pablito?
-Quique.
-¿Le contaste lo de los escotes, lo de los azotes y otras cosas?
-Sí.
-No se le cuentan a nadie las intimidades.
-Es mi mejor amigo. Y sabe guardar secretos.
-¿Qué busca? ¡Ay Dios como estoy poniendo!
-Follarte… Bueno que te follemos los dos. ¿Qué te pasa, madre?
-Estoy muy mojada, hijo.
-¿Allí abajo?
-Sí, hijo, sí. ¡Y ni te puedes imaginas cuánto!
La mujer azotaba al hijo con ganas, y su coño… ¡Ay su coño! Su coño se abría y se cerraba sin parar. Llevaba muchos años sin probar polla. Tiró con la zapatilla.
-¿Qué más te dijo que hicieras para seducirme?
-Esto.
Pablo, se puso en pie, le echó las manos a las esponjosas tetas. Las palpó con tanto mimo que parecía tener miedo a romperlas.
-Aprieta, hijo, aprieta.
La polla de Pablo se puso cómo un palo.
-¿Te gusta que te apriete las tetas, mamá?
-Sí, hijo, mucho. Mamá está muy cachonda. Dile a Quique cuando lo veas que te dejé jugar con mis tetas.
-Se lo diré cuando lo vaya a buscar. Está esperando en el monte. ¿Me dejas que te las chupe?
-Te aprendiste bien el guion de ese pícaro.
-Si, ese pícaro, cómo tú le llamas, es un buen maestro, se folló a casi todas las mujeres casadas de la aldea.
-¡¿Qué?!
-Lo que oyes. ¿Me dejas que te chupe las tetas?
-Llevas tiempo deseándolo, ¿verdad?
-Sí.
-Lo sabía. Tardaste mucho en decidirte.
-¿Debí pedirte antes que me dejaras tocártelas?.
-Mucho antes. Una cosa iba a llevar a la otra.
-Si, tú no quieres, no, madre.
-Voy a querer, hijo, voy a querer. ¿Folla bien Quique?
-Sí, folla, y come el coño cómo nadie.
-¿Seguro qué es de fiar?
Sí, pongo el culo en el fuego por él
Matilda bajó la cremallera que tenía a la espalda. Bajó el vestido hasta la altura de la cintura. Quito el sujetador. Quedaron al descubierto dos melones con tremendas areolas marrones y gordos pezones. Pablo tenía delante la fruta prohibida de sus sueños. Su cara era de felicidad total.
-¡Qué bonitas! -las palpó- ¡Qué suaves!
Acarició y mamó dulcemente. Matilda se mojaba cada vez más. Al rató, acariciando el cabello de su hijo, le dijo:
-Pellízca un pezón y chupa la otra teta.
Pablo fue pellizcando y mamando, cada vez con más ansia, una teta. la otra… Matilda le cogió la polla a su hijo. Pablo, al sentir el contacto de la mano de su madre, se corrió, pero eso no fue lo asombroso, lo asombroso fue que, Matilda, al sentir la leche calentita en su mano y la boca de su hijo mamando las tetas, le dijo:
-Mamá se va a correr, Pablito, mamá se va a correr. ¡¡Mamá se corre, Pablito!!
Matilda, se corrió, eso sí, en silencio, solo la delataba el temblor de sus blancas y peludas piernas y sus ojos, ya que uno miraba para Barcelona y el otro para Orense.
(Todo esto que pasó me lo contó Pablo al día siguiente)
Cuando llegamos a casa de Pablo, Matilda, estaba vestida lavando unos cacharros cómo si nada hubiese pasado. Al vernos, secó las manos, y me dijo:
-No quiero verte más con mi hijo. Eres una mala influencia.
Un poco más le meto una hostia a Pablo que le dejo la boca del revés.
-Cómo diga, señora Matilda.
Me di la vuelta para salir de allí lo antes posible, cuando oí cómo me decía:
-A no ser que lo que me dijo de ti no sea cierto.
-No, si voy a acabar por partirle la cara.
Se puso altiva.
-¿A quién? ¿A mi hijo? Si un día le tocas te corto los huevos.
-Pillado. ¿Qué le dijo?
-Que comes el coño cómo nadie.
-Le mintió. Lo como cómo yo solo.
-¿Y follaste con la mayor parte de las mujeres casadas de la aldea?
-Eso también es mentira.
-¿Sí?
-Sí, no follé ni a la mitad.
-La tabernera te da el tabaco rubio, ha fiado. Siempre me pregunté de donde quitabas el dinero para pagar el pufo si no trabajas. ¿Es una de ellas?
-Me voy. No tengo porque contestar a esa clase de preguntas.
Matilda se sentó en una silla que había pegada a lado de la cocina de piedra, puso las manos sobre las rodillas, y me dijo.
-¿Te vas solo por eso?
-Y porque se está rifando una hostia y tu hijo tiene todas las papeletas para que le toque. ¡A mí no me acojonas tú ni nadie!
Pablo no abría la boca, pensaba que su madre lo engañara. Ninguno de los dos podíamos imaginar que tenía unas ganas de fiesta perras, y que lo que había dicho antes era puro teatro.
-¿Bájame la cremallera del vestido, Pablito?
Pablo, le bajó la cremallera, Matilda, se levantó, se quitó la goma que sujetaba la coleta y se soltó el pelo. Le llegaba al culo. Quitó el vestido y quedó en pelotas. Levantó los brazos para desenredar bien el pelo y vi el vello de sus sobacos. Sus melones ovalados y el tremendo bosque de pelo negro alrededor de su coño, hasta sus piernas peludas me encantaron. ¡Tenía un polvazo bestial. Me dijo:
-Ven, Quique.
Me acerqué a ella, me abrió la bragueta y cuando vio mi polla, morcillona, casi empalmada, dijo:
-Ahora sé porque te follaste a media aldea. Con un cipote como este se corrieron ellas y se corrió la voz entre amigas, amigas que no tengo.
Acabó de hablar y metió mi polla en su boca. No sabía mamar. Ni siquiera sabía hacer una paja. La agarraba, la apretaba, chupaba y le soplaba cómo otra que me encontrara, se debía pensar que así hinchaba. Me di cuenta de que follara una sola vez y con buena, o con mala suerte, se había quedado preñada de Pablo. Supongo que en aquel momento pensaría que buena, pero cuando se enteró de que estaba en estado… ¡Pufffff! Hace casi cincuenta años tener un hijo de soltera era poco menos que estar condenada al infierno, además de llamarle a esa mujer de puta para arriba.
Al dejar de mamar mi polla, la besé con lengua. Puso cara de, ¿qué haces, cerdo? Pero al momento ya metía su lengua en mi boca y buscaba la mía. Pablo había sacado la polla y la estaba meneando. Me dijo:
-Haz que se corra echando chorros, Quique.
Matilda, que ya estaba caliente como una perra, dejó de meter su lengua en mi boca, y le dijo:
-Yo solo echo chorros cuando meo, Pablito
Le dije:
-Hoy te vas a correr echándolos.
-Lo veo imposible.
Besándola, le metí dos dedos en el coño, le busqué el punto G, y le hice el "ven aquí". Pablo, a lo suyo, a su obsesión, las tetas, las magreó, las chupó y le mordió los pezones. Poco, después, mis dedos chapoteaban en sus jugos. Apuré cada vez más. Cuanto más apuraba más su coño se encharcaba. Sus gemidos y sus ojos me avisaron de que se venía. Le dije a Pablo:
-Abre la boca y ponla enfrente del coño de tu madre.
Pablo, hizo lo que le dije. Mis dedos subieron y bajaban dentro de su coño haciendo un ruido cómo el que hacen las olas al chocar con un acantilado. Su coño apretó mis dedos. Se los quite y acaricié su clítoris de forma transversal y a toda pastilla. Matilda, chilló.
-¡¡Aaaaa!!
Le tapé la boca con una mano para que no se enterasen los vecinos de que se estaba corriendo. De su coño salió un chorro de flujo que puso perdido el pelo y la frente de Pablo, seguí frotando. El segundo chorro cayó en su boca, y el tercero en su cuello.
Tuvo el orgasmo más intenso de su vida.
Pablo había bebido el jugo de la corrida de su madre, otra de sus fantasías. Yo tenía un empalme brutal. Al quitarle la mano de la boca a Matilda, respiró profundamente, abrió los ojos, y me dijo:
-Si yo fuera tabernera, por follar contigo, no te daba tabaco, te daba la taberna.
-Con que me des el coño me llega.
-Cómemelo. ¿A qué esperas?
Yo lo que quería en ese momento era follar, pero él que algo quiere, algo le cuesta.
-¿Y si vamos para tu cama?
-Vamos, pero ir desnudos.
Nos desnudamos mientras ella iba para cama. La miré. Por detrás también estaba buena. El blanco de su piel la hacía aún más deseable de lo que ya era… Tenía anchas la espalda y las caderas y un culo enorme.
La casa donde vivían Matilde y su hijo Pablo era de alquiler, de una sola planta y muy pequeñita. Estaba hecha de piedras y de barro. Tenía tres huecos, uno era el de la cocina, en la que había una cocina de piedra (lareira) que tenía dos tres pies encima. A un lado de la cocina había un horno de piedra y al otro lado un fregadero. Dos sartenes colgaban de la pared de derecha. Arrimada a la otra pared tenía un armario con fuentes y platos astillados, de esos que se compraban a mitad de precio. Debajo de la cocina guardaban la tartera y el pote En mitad de la cocina tenía una mesa vieja para seis en la que había cuatro sillas viejas, y en la pared del fondo una artesa donde guardaban el pan. Luego tenía la habitación donde dormía Pablo, que no sé cómo era, y la de su madre que tenía un armario con dos espejos en las puertas, una mesita de noche y una cama, viejas, echas de roble y con el jergón y la almohada rellenos de hojas del interior de espigas de maíz. Matilda había retirado la sábana y la colcha y las echara al lado de la pared, que por cierto, cómo todas, estaba sin revestir.
Matilda estaba echada boca abajo. Al sentirnos llegar, nos dijo:
-Llegáis demasiado tarde, ya se me fueron las ganas.
Pablo, me dijo:
-Vámonos, no debemos molestar.
Lo miré, y casi le meto un bocado.
-Eres muuuu tonto, Pablo, muuuuu tonto.
Matilda, corraboró lo que le acababa de decir.
-Sí, hijo, en estas cosas eres muuuu tonto.
Subí a la cama y me arrodille detrás de ella, acaricié sus nalgas, se las junté y se las separé, para acto seguido lamer desde su periné a su ojete y de ahí subí lamiendo por la columna hasta la nuca. Le besé el cuello, giró la cabeza, la levantó y la besé en la boca. Bajé besando y lamiendo por dónde había subido. De vuelta al culo, volví a Lamer del periné al ojete. Lo levantó para que se lo comiese con comodidad. Abrió las piernas. El interior de sus muslos lo tenía mojad. Se lo follé docenas de veces y después le di una palmada en él.
-¡Plaaas!
Cómo si de un perro fiel se tratase, Pablo, que seguía de pie al lado de la cama, ladró:
-¡¡No le pegues a mi madre que te meto un bocado!!
Matilda, le dijo a su hijo:
-Calla, hijo, calla y magrea mis tetas.
-¡¿Te gusta que te pegue?!
Le di con más fuerza otro azote con la palma de la mano en la otra nalga.
-¡Aaaaay! Me encanta, hijo, me encanta.
Pablo subió a la cama, metió las manos debajo del cuerpo de su madre y le amasó las tetas. Yo ya no paré de follarle el culo, de acariciar, de juntar y de separar sus nalgas y de follar su ojete con mi lengua. El culo se le abría y se le cerraba. Era demasiado grande la tentación. Froté la cabeza de mi polla mojada contra su ojete, lo detuve en la entrada. Al latir era cómo si besara la punta. Empujé un poquito y entró la mitad de la cabeza. Pablo, me dijo:
-¡¡Le vas a hacer daño, bruto!!
Matilde ya estaba empezando a estar hasta el coño de su hijo.
-¡Calla, Pablo! Mete, Quique.
Empujé y metí la cabeza. Matilda, mordiendo la almohada, bajo una mano al coño y comenzó a acariciarlo. Sus gemidos hacían que la polla de Pablo, dura cómo una piedra, mirase al techo, y luego bajase mirando al frente. Yo la veía y también sentía que Matilda se iba a correr. Le dije a mi amigo:
-Métele la polla a tu madre en la boca, Pablo.
Me miró cómo a un bicho raro.
-¡¿Estás loco?!
Matilda sintiendo mi polla entrar y salir de su culo le dijo:
-Mete, hijo, mete.
-Te llenaría la boca de leche, mamá.
Matilde ya estaba cómo se había de ir.
-¡Mete, coño! ¡¡Ay, ay, ay, ay que me corro!!
Pablo, le levantó la cabeza a su madre con una mano y le metió la polla en la boca. Fue sentir el contacto del glande con la lengua y correrse en la boca de su madre. Sentí cómo se aceleraban las contracciones del ojete sobre mi polla, y después cómo se espaciaban. Matilda estaba tragando la leche de su hijo y corriéndose cómo una bendita. No pude aguantar. Le llené el culo de leche.
Acabara de correrse Pablo en su boca, me acabara de correr yo en su culo y aún seguía ella corriéndose y gimiendo. Tuvo una corrida larga, larga, larga, tan larga que la dejó exhausta. Casi sin respiración.
Al ver cómo estaba su madre, me dijo Pablo:
-Creo que ya tuvo bastante. Debe tener el culo el coño rotos.
-Me da a mí que no, dale un par de minutos y está de nuevo cómo una rosa.
-No creo
Matilda, se dio la vuelta, y con la voz entrecortada, le dijo a su hijo:
-Pues debías de créelo, Pablito.
A Pablo, al volver a ver las tetas de su madre se le volvió a empinar. Yo me eché boca abajo entre las piernas de Matilda y le abrí el coño con dos dedos. Estaba tan lleno de mocos blanquecinos. Solo le veía la vagina cuando se abria, al cerrarse la volvían a tapar los mocos, Le di una lametada y se los limpié.
-¡Oooooh!
Matilda ya estaba de vuelta.
-Juega con mis tetas, Pablito.
A Pablo le tocara de nuevo la lotería. Jugó con sus tetas, lamiendo chupado, magreado… Yo jugué con su coño. Toque su clítoris con un dedo sin acariciarlo. Le acaricie con otro los labios vaginales, y después eché mis manos a su cintura y le empecé a comer el coño. Pasando mi lengua por los labios mayores y menores, enterrándola dentro de su vagina, follando su ojete que sabía a mi semen y lamiendo su enorme clítoris, y al final, al tener el glande empalmado fuera del capuchón, chupándoselo. Los gemidos de Matilda eran deliciosamente sensuales. La mujer, con sus manos acariciando el cabello de su hijo y el mío, nos daban las gracias por el placer que le estábamos dando. Mas aquella dulce agonía, que Matilda quisiera que durase horas, se acabó en minutos…
-Sigue, Quique, sigue, sigue, sigue, no pares. ¡¡¡!Me coooorro!!!
Se corrió haciendo un arco con su cuerpo y entre temblores y sacudidas. Pablo tenía la lección bien aprendida. Le tapó la boca con la mano, pues su madre al correrse perdía el control y chillaba como una loca de esas que hay que atar. No echó mucho jugo. Eso lo bacía al estimularse el punto G, Pero el placer de la corrida fue brutal.
Al acabar de correrse me levante de la cama. Matilda, me preguntó:
-¿A dónde vas así de empalmado?
-A buscar un condón de los que tengo en el bolsillo de mi pantalón. No hay que jugar con fuego.
A Matilda se le iluminó la cara.
-¡Ahí le has dado!
Volví con el condón puesto en la polla. Pablo estaba sentado encima de su madre con la polla entre sus tetas y ella lo cogía por la cintura. Me metí en la cama, la agarré yo a ella por la cintura, la levanté y se la clavé hasta las trancas. Por raro que parezca, entrara apretada, a pesar de haber parido y de estar muy lubricada, y es que llevaba tanto tiempo sin ser penetrada que el coño se cerrara, pero se cerrara en falso, ya que a los cinco minutos de meter y sacar, ya entraba y sobraba espacio, bueno, sobraba hasta que la follé a toda mecha y su coño se cerró sobre mi polla. Tanto Pablo cómo yo vimos cómo de repente se le cerraron los ojos, y luego cómo se abrieron para no ver nada, pues solo le pudimos ver el blanco del ojo, la pupila había desaparecido. Matilda agarró con una mano la almohada y la mordió, luego gimiendo, cogió las dos tetas y las apretó cómo si las quisiera ordeñar. La polla de Pablo quedó aprisionada entre ellas. Se corrió cómo un gorrioncillo, y yo me corrí cómo un león dentro del coño de Matilda, bueno, dentro del condón, que si me corriera dentro de ella… A los nueve meses podría aparecer por allí un Quiquiño.
Esa fue la primera vez que follé con Matilda, Matilda la costurera, que de eso vivía, de coser, pero follaría unas cuantas veces más con ella, ya que a Matida le quedara la boca dulce.
Quique.