Iván se regresó a su pueblo después de trabajar 5 días consecutivos. La cantidad de pajas que me hice pensando cómo había arropado a Karina me tenía la verga pelada. Ese mismo día, en la noche, recibí un mensaje en mi celular. Estaba medio tomado y me comentó que le habían robado toda su paga en una cantina. Estaba desesperado, casi lloroso. Que si no había más trabajo, que si podía ‘apoyarlo’, que no tenía dinero para nada, etc. etc. etc.
Le envié justo el pasaje para que volviera dos días después. Se le veía derrotado y deprimido.
Eran los carnavales y todo el país estaba en fiesta pero Iván no tenía donde caer muerto. Se fue a trabajar mientras todos los demás parrandeaban. El domingo en la tarde estaba sudado, cansado y cabreado. Lo invité a ir a mi casa a rastrillar el jardín y a limpiar. De todos modos, el lunes nadie trabajaría y no tenía sentido dejarlo solo en el proyecto.
Lo primero que hice fue apertrecharme con una caja de cervezas y le di para que se le quitara la pendejada. Llegó en la tarde y comenzó a bajar las cervezas como si fuera agua. No habían pasado más de dos horas cuando ya tenía los ojos rojizos, con cara de borracho. Ni siquiera comió, cargaba los mismos shorts holgados de todo el día. En un momento se quedó adormilado en el sofá y me le acerqué. Tenía un olor agrio, a sudor adolescente y eso me excita demasiado. Le quité la camiseta y comencé a olerla, un aroma que merecía ser embotellado. Sus axilas eran velludas, pelos groseros asomaban por entre sus brazos pero aparte de eso no tenía ni un solo vello en el pecho ni en la cara. Me le quedé viendo, la verdad que no sabía qué hacer. Lo que hice fue ayudarlo a ponerse de pie y lo fui llevando a la habitación. Lo tiré en la cama y podía ver que él se divertía con lo que estaba pasando.
Le comencé a sobar el short y los calzones. La verga la tenía fláccida y la sentí endurecerse a través del pantalón. Poco a poco se fue poniendo dura mientras él se hacía el dormido o por lo menos eso parecía. Cuando metí mi mano en sus calzoncillos sentí una mata de pelos gruesos, sedosos, largos. Una verdadera mata. Comencé a pajearlo y la verga se le fue poniendo gruesa, dura. Era un palo oscuro, venoso, con la cabeza rojiza. La pinga la tenía con un fuerte olor a orín de macho, más que cualquier otra cosa. Me le fui encima y empecé lamiéndole los sobacos. Metí mi cara y aspiré, el dolor era mareante, fuerte. Lamí, lamí y lamí ambas axilas y él se quejaba suavecito pero la pinga estaba durísima. Mientras le lamia el pecho lo seguía pajeando, La verga era mucho más gruesa que larga pero aun así daba miedo. Los huevos los tenía peludos y no eran tan grande, o tal vez como tenía ese tuco lleno de pelos tan grande los huevos se achicaban.
Busqué la pinga con mi boca y mientras aspiraba su hedentina me la metí en la boca. Enseguida arqueó el espinazo y me agarró por la nuca, obligándome a tragarme su verga todo lo que pudiera. Escupí con cierto asco pero no deje de mamársela. Bajé mis labios a sus huevos y los lamí, sintiéndome una perra caliente. Cada vez que trataba de tragarme su pico me daban ganas de vomitar porque él quería culearme la boca.
Cuando le tuve el huevo babeado y mojado me fui acomodando sobre él, Me tuve que poner lubricante en el ojo del culo y traté de que me entrara la cabezota rojiza. Nada. El tipo estaba demasiado caliente y con cada punteada me hacía daño. Me fui meneando suavecito y al fin entró un poquito. Respire hondo y fue entrando un poco más. Tuve que sacármela y volver a empezar hasta que pude sentarme completo, Me meneaba suavecito, Iván me agarraba las nalgas para separarlas y que me entrara su vergota. Estaba demasiado dura, como si fuera una piedra.
Me bombeaba cada vez más duro, yo lo sobaba, lo acariciaba y luego fui arañándolo cada vez con más desesperación. De repente me soltó una cachetada y siguió bombeando, me agarraba con fuerza y seguía culeándome sin venirse. Ya llevaba más de diez minutos y me tenía el culo abierto, seguía sin venirse, paraba por momentos y luego volvía. En una de esas se me montó sobre mis espaldas y me mordió los hombros hasta que al fin sentí su leche caliente corriéndose dentro de mí. Siguió empujándomela hasta que casi se quedó dormido. Esa noche culeamos dos veces más y al día siguiente me levanté feliz de haberme tragado esa pinga tan deliciosa. Los mejores carnavales que he pasado.