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La madre de mis sueños, ahora llena de semen
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Los numerosos trabajos escolares me obligaron a ir día sí día también a casa de Juan, un amigo que, a pesar de no ser el mejor, era buena persona, durante una semana.

Aunque fuera por trabajos, ir a su casa era una gozada, primero, porque su casa era gigante, como una mansión, y segundo, por su madre Déborah.

Ella, como muchas otras, rondaba por mi cabeza la mayoría de veces que me masturbaba, incluso le hice un cum tribute que nunca llegué a enseñar.

En su casa me pasaba el día mirándola con deseo, y creo que alguna vez me ha pillado, pero no lo he tenido en cuenta. Su culo merece todas las miradas del mundo.

Desde que cumplí los dieciocho me he estado planteando seriamente el pedirle sexo. De hecho, siempre que voy a su casa, llevo condones.

–Álex, ¿puedes ir a buscar mi móvil? –preguntó Juan.

–Claro. ¿Dónde está?

–En mi habitación, cargando.

En el camino a su habitación está la habitación de Deborah, donde se encontraba. No pude evitar mirar. Lo que vi me sorprendió y excitó más de lo que nunca había estado: se estaba tocando viendo fotos. No sé qué fotos eran, lo que sí sé es que lo estaba disfrutando como la perra que era.

Quería seguir mirando, pero tenía que buscar el móvil de mi amigo. Fui a por él y al volver Juan dijo:

–Has tardado mucho. ¿Acaso te ha estado hablando mi madre?

–No, para nada. Estaba en su habitación.

–Últimamente pasa mucho tiempo ahí… A veces, y no digas nada, la escucho gemir o incluso gritar. Sospecho que tiene un amante, puesto que mi padre está fuera de casa. Eso, o se masturba durante toda la noche.

Escuchar eso me puso aún más, hasta el punto en el que tuve que ir al lavabo.

Mi polla iba a estallar. Cerré la puerta del baño y empecé a tocarme como loco, hasta que las vi, en una cesta.

Unas bragas. Eran de Déborah y estaban usadas.

En un momento de locura, las cogí, las olí y las puse en mi polla para masturbarme más. Quería hacerle de todo. Follarle la garganta, romperle el coño, partirla en dos, llenarla de mi semen…

Me corrí, y los chorros llenaron todas las bragas. Genial, ahora tendría que esconderlas.

De repente, escuché unos pasos rápidos y miré a la puerta. Alguien la había entreabierto. Mierda, me habían pillado. Mierda, mierda, mierda. Decidí guardarme las bragas y, por ese día, me fui a casa.

Al día siguiente, sábado, recibí tres mensajes por la mañana. Dos eran de Juan diciéndome que ese día no estaría en casa, y otro de Déborah. Al abrirlo, vi un audio, en el que decía:

–Hola, Álex. Creo que ayer te llevaste algo de mi pertenencia, ¿podrías venir hoy a devolverlo? Además, quisiera hablar contigo.

Obviamente, fui, nervioso. Supuse que iba a echarme la bronca por correrme en sus bragas y encima llevármelas conmigo. Admito que esa noche las había usado más veces, por lo que seguían sucias.

Piqué y, cuando me abrió, me metió directo en casa. Llevaba una bata de estar por casa, cual cosa me excitaba. Me pidió las bragas, se las di, le expliqué por qué seguían sucias y sonrió un poco.

–¿Te gusto, Álex? –preguntó en un tono sexy, mientras se acercaba a mí. Tenía la polla a cien.

–Mucho –contesté, y acto seguido dirigí mi mano a su cintura. Sabía lo que estaba a punto de pasar.

Me tiró al sofá, se puso encima de mí y empezamos a morrearnos. Déborah sabía besar, y muy bien. Una vez ambos habíamos calentado, se arrodilló en el suelo, me bajó el pantalón y sacó mi polla, durísima. Subió y bajó un poco la mano, haciéndome una paja que, a día de hoy, recuerdo como una de las mejores, al igual que lo que vino después.

Pasó la lengua por todo mi pene durante un rato, parándose en ciertos puntos para hacerme gemir como loco. Sentía que mi polla iba a estallar en cualquier momento, como un volcán en erupción.

Después se metió mi pene en la boca. Jugaba con él usando la lengua, bajando hasta los huevos y subiendo hasta el glande como una mamadora experta, succionándolo todo. En un momento de frenesí cogí su cabeza y empecé a follarle la garganta. La amaba. La amaba con locura. Su cara de puta, con esos ojos café. Su pelo, tan agarrable. Su cuerpo sensual, con esas tetas que me gustaban tanto y ese culo que me la ponía durísima. La amaba, y quería sentirla en todo su esplendor. Mientas le metía la polla hasta el fondo, algunas lágrimas empezaron a salir de sus ojos, mientras hacía un intento por sonreír, cosa difícil estando con una polla en la boca.

Sacó mi polla de su boca y volvió a ponerse encima. Me puso un condón que tenía en mi mano por si acaso esto sucedía. Apuntó con mi polla a su coño y se la metió sin pensarlo. Gritó, se tiró sobre mi cuerpo y empezó a cabalgar. Su coño se sentía genial, era lo que siempre había soñado. En un momento dado, volvimos a morrearnos mientras follábamos. Era lo mejor del mundo. Empecé a darle yo también, lo más rápido y duro que pude. Se separó de mí y empezó a gritar.

–Dios mío, Álex, ¡sigue! Quiero sentirte más…

Estuvimos así un buen rato hasta que me corrí. Se sintió increíble.

Le agradecí haber pasado ese rato juntos. Me regaló las bragas que llevaba antes de follar y me besó como despedida.

Ojalá haberle reventado el culo.

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