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El pasajero oscuro
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Todos tenemos nuestros vicios, nuestros secretos, nuestro ‘Dark passenger’, como diría Dexter. Van evolucionando con el tiempo, perfeccionándose o haciéndose más extraños. El mío, como el de muchas otras personas, tiene que ver con el sexo.

A mí en particular, y desde hace unos años, me obsesionan los vídeos en los que uno aborda a una chica ofreciéndola dinero por desnudarse, y posteriormente acabar teniendo sexo. Me excita el poder mental del dinero, cómo una persona inicialmente reticente a siquiera enseñar el sujetador, acaba sucumbiendo a un fajo de billetes.

Obviamente, todos los videos que he visto, están preparados. Pero la idea me cautivó. Hasta el punto de querer probarlo yo mismo.

No llego a los 30 años. De día soy un chico con un futuro prometedor. Fui buen estudiante, hablo idiomas, participé en un programa para jóvenes talentos de un conocido banco, que me hizo vivir mis primeros 2 años profesionales en Nueva York y Londres. Posteriormente volví a Madrid, y cambié de empresa al cabo de 2 años, a una de estas que pagan un pastón. Tengo carisma, se me dan bien las chicas, tengo buena apariencia. El yerno que cualquier padre y madre querrían para su hija.

De noche, mi verdadero yo sale a relucir. Me propuse intentar lo que vi en los videos. Inicialmente pensé en probar en un bar o club en Madrid, elegir a una chica, empezar a hablar con ella, y acabar ofreciendo dinero. Pero mi mentalidad paranoica, me disuadió de ello. Madrid al final es muy pequeña. Puedes hablar con una desconocida, que resulte ser la prima del amigo de tu jefe. Además, en las grandes ciudades por lo general no se está tan necesitado, y menos la gente que sale de fiesta a clubs. Ya me imaginaba a la chica poniéndose a gritar, llamándome acosador y pidiendo a los de alrededor que me mataran.

No, tenía que ser en otro sitio, donde fuese un auténtico desconocido, y donde hubiese otra realidad económica.

Los sábados por la mañana, empecé a coger el coche y a visitar pueblos de la región. A veces alquilaba una habitación en un hotel y pasaba la noche allí. Paseaba por el pueblo. Estaba simplemente realizando una labor previa de investigación, eligiendo a mi víctima.

Encontré posibles candidatas, pero siempre había un pero. Buscaba a alguien guapa, que no tuviese pinta de ser demasiado suelta y por tanto una presa fácil, pero que tampoco tuviese pinta de ser imposible y por tanto peligrosa de delatarme, que no fuese demasiado mayor y conservase todavía cierta inocencia, y que fuese fácil de abordar, es decir, que trabajase por ejemplo en algún local atendiendo normalmente sola, o que pasase por una zona poco frecuentada para que no hubiese gente alrededor.

Quizá en un futuro, si todo salía bien y seguía con mi maldita obsesión, con experiencia ganada, podría arriesgarme algo más. Pero esta iba a ser la primera vez, y tenía que jugar seguro.

La tarea se me planteó difícil, y cada sábado conducía más lejos buscando a la presa ideal. Tras un par de meses de búsqueda, llegué a un pueblo de tamaño relativamente mediano, en la provincial de Ciudad Real. Llegué a mediodía y me puse a pasear por la calle. Era el mes de julio, por lo que el calor se sentía bien. Paseaba tranquilamente por una calle más o menos central, y pasé por una panadería. El ventanal era grande y amplio, se veía todo el local. Detrás del mostrador, atendiendo a una señora, estaba una chica, de unos 20 años. Era guapa, de la belleza que me gustaba. Pelo castaño recogido en una coleta, nariz de tamaño medio, bonita, cara algo ovalada, labios carnosos sin llegar a ser gruesos. Tenía una cara de chica viva, despierta, pero sin ser la cara que se ve en muchos pueblos, de haber vivido demasiadas “experiencias” para esa corta edad. El mostrador estaba colocado de tal forma, que podía verla de cuerpo entero desde fuera. Llevaba unos vaqueros azul claro, y tenía un buen culo, no era grande, ni pequeño. Uno de esos que te quedas mirando por la calle. Llevaba una camiseta también de color azul claro con el logo de la panadería. Desde mi posición podía apreciar que tenía buenas tetas, que definían la forma de la camiseta.

La había encontrado, tenía a mi víctima. La localización también era buena. La panadería estaba en la esquina alejada, de una pequeña calle que desembocaba en la calle principal del pueblo, por lo que no era el lugar más transitado. Además era julio, en medio de España y el mejor momento sería ir a mediodía, ya que los clientes irían probablemente por la mañana, para evitar salir a la calle a las horas de más calor.

Con esta premisa, el viernes siguiente salí del trabajo, y me fui a este pueblo, donde había alquilado una habitación en un hotel. Llevaba conmigo 4.000 € en el bolsillo, que había ido sacando del cajero poco a poco durante estos meses. No pensaba gastarme este dinero ni de lejos, pero no quería quedarme corto.

La mañana siguiente paseé por el pueblo. Estaba nervioso por lo que iba a hacer. Decidí tomarme en un bar un par de chupitos, que me tranquilizaran. A eso de las 13:30 del mediodía, me dirigí a la panadería. Había ya pasado por la mañana para comprobar que la chica estaba trabajando ese día, y sola.

La calle estaba vacía, el sol pegaba que daba gusto. Yo iba vestido en vaqueros y camiseta. Entré en la panadería. La chica estaba apoyada en el mostrador mirando su móvil. Me miró, y sonrió:

—Buenas tardes, qué desea? —preguntó

—Me das dos baguettes por favor? —respondí sonriéndola de vuelta

—Claro, ahora mismo —dijo

Se dio la vuelta para ir a coger el pan. Llevaba unos vaqueros de color azul oscuro. Le quedaban perfectos, tenía un culazo. Cogió el pan, lo envolvió y lo puso en el mostrador. Llevaba una camiseta blanca esta vez, con el logo de la panadería. El cuello de la camiseta era abierto, aunque no llegaba a poderse ver el canalillo por poco. Me fijé en sus ojos, expresivos, de color marrón. Había pensado que la mejor opción sería entablar una pequeña conversación, y durante ella, dejar ver algunos billetes, unos 200€, como sin querer, para que se sorprendiese con el dinero que llevaba.

—Gracias —dije— una pregunta, tú eres de aquí no? sabrías algún lugar donde poder ir a tomar algo esta tarde? Estoy de viaje, el coche se me ha estropeado y está en el taller, me tengo que quedar unas horas en el pueblo. Aunque me parece que está algo muerto todo, no?

—Claro, es julio, a esta hora no hay nadie en la calle. Pero por la tarde hay un sitio donde suele ir gente mayor a tomar algo —empezó

—Mayor?? —la interrumpí con una sonrisa haciéndome el ofendido —pero cuantos años crees que tengo, si tengo 28. No soy mucho mayor que tú, que tienes unos 20?

—21 recién cumplidos —dijo sonriendo de forma avergonzada y bajando la mirada ligeramente— No quería decir mayor como viejo, sino mayor que yo

Me indicó la dirección donde estaba el bar.

—Pero lo recomiendas? Has estado tú alguna vez ahí? —pregunté

—A ver, esto no es la capital, aquí no vas a encontrar lo que tú acostumbras. Pero es lo mejor del pueblo —dijo

—Entonces has ido alguna vez y lo recomiendas —seguí

—Me ha llevado un par de veces “el Migue” —dijo

—“El Migue”, que debe de ser tu padre, para haberte llevado a ese sitio de viejos

Se rio, y mirándome me dijo

—Que no quería llamarte viejo! “El Migue” es mi novio, su hermano trabaja en ese bar

—Veo que le quieres mucho para haberle seguido a ese sitio —comenté pícaramente

Se puso algo colorada, y dijo:

—Sí nos queremos, nos vamos a hacer el mismo tatuaje con nuestros nombres

Anda, pensé, el tipo de cagadas del que la mayoría se acaba arrepintiendo años después

—Hablando de nombres, perdona que me he puesto a hablar contigo y no te he dicho el mío —me presenté, y la estreché la mano

—Yo me llamo Cristina —dijo sonriendo, dándome la mano

—Bueno, te debo el pan, a todo esto —dije

En ese momento saqué la cartera, y dejé ver unos cuantos billetes de 50€. Cristina se quedó mirando el dinero con los ojos como platos

—Vienes a comprar la panadería? —preguntó todavía con la cara de sorpresa

Solo a la panadera, pensé

—No! —Dije sonriendo —Perdona, no era mi intención enseñar todo este dinero. La verdad, me dedico a la televisión, soy encargado de la decoración, y vestuario en algunas series. Normalmente viajo por el país, buscando inspiración, y si encuentro algo lo compro en el momento. Por eso suelo llevar mucho dinero en efectivo. Este dinero es de la empresa.

Había llegado el momento de entrar en acción. No quería pasar todo el día hablando para que al final Cristina me mandase a la mierda. Corté el tema y empecé a atacar.

—Hablando de mi trabajo, la razón por la que he empezado a hablar contigo es porque he visto algo en esta panadería que me gustaría comprar para la serie en la que estoy trabajando —dije— Pero estoy retrasando la pregunta porque me da algo de vergüenza pedirlo… pero aquí voy.

Cristina puso cara de confundida, no sabía a qué me refería

—Cristina, me encanta la camiseta que llevas puesta. Es ideal para la próxima serie, y me gustaría comprártela, ahora. No puedo esperar a otro día a conseguir otra, no tengo tiempo —me la había jugado a que no tenían más camisetas en el local. No me había parecido ver más, ni siquiera en la despensa que podía entrever desde aquí

—Pero no tengo otra cosa que ponerme, y más ropa de la panadería está en casa de mi tía, que es la dueña del negocio —dijo sorprendida tras unos segundos, después de mirarse la camiseta

—Por eso me estaba costando preguntar. Y por la molestia, estoy dispuesto a ofrecerte 200€. No sé cuánto ganas, permíteme decirte sin ofenderte que creo que no mucho, pero este dinero debería ser suficiente para hacerte el tatuaje que quieras, y pagar el de tu novio. Puedes poner cualquier excusa a tu tía por la camiseta.

Cogí el dinero y lo puse en la mesa. A pesar de los chupitos, mi cuerpo temblaba ligeramente. Cristina estaba alucinando. Se quedó mirando el dinero. Tras unos segundos, y para mi alivio, dijo dubitativamente

—Vale… me meto en la despensa que está aquí detrás, y te tiro la camiseta desde ahí.

—No —dije— no quiero que caiga al suelo y se ensucie, la necesito tal y como está ahora. Me la tienes que dar en mano

Cristina se quedó callada. De repente me miró, con la cara algo cambiada y dijo:

—Estás loco, tú lo que quieres es verme en pelotas.

—300€ —la corté inmediatamente, no quería que siguiese por ahí— no me interesa verte en pelotas, quiero tu camiseta

La excusa era algo mala, y no creo que me creyese, pero el dinero estaba haciendo efecto.

—Está bien. Déjame cerrar primero la panadería —dijo mientras cogió el dinero y se dirigió a la puerta, poniendo el cartel de “Cerrado” y cerrando con llave— no quiero que nadie entre y me encuentre contigo en la despensa sin camiseta. Pasa aquí detrás rápido. Pero te doy la camiseta y te vas, entendido?

—Sí, sin problemas —contesté

Miró por el ventanal, comprobó que no había nadie en la calle, dejó las llaves en el mostrador y nos metimos en la despensa. Era una habitación, tenía estanterías y una mesa en el centro. Cristina cerró la puerta de la despensa, me pidió que me quedase a la entrada, y se quedó parada delante de la mesa, de espaldas a mí.

Bajó las manos a la cintura, cogió con ambas manos los extremos de la camiseta, y tiró hacia arriba. Levantó los brazos, sacándose la camiseta por la cabeza, dejando libre su bonita espalda y un sujetador de color azul claro. Echó el brazo hacia atrás con la camiseta sujeta, y yo la cogí.

—Ahora vete por favor —dijo

—Hmmm vale, pero cómo voy a salir? Has cerrado con llave —contesté. Lo había pensado todo en el momento que dijo que cerraría con llave—Podría coger las llaves, pero no me conoces de nada… quién te dice que no me iré con ellas. Podrías también salir tú a abrirme, pero estás en sujetador, esta camiseta la necesito y no la voy a soltar. Quizá justo alguien pase en el momento que me abres. No sería lo mejor para ti, plantearía muchas preguntas.

Cristina se quedó en silencio, pero giró la cabeza para intentar mirarme. Se estaba llevando el susto de su vida

—Eres un cabrón. Me has engañado —dijo finalmente— Qué quieres

—Mira Cristina, tranquila, no te quiero hacer daño. Pero en esta situación, yo veo solo estas opciones. Las que te acabo de plantear, que solo te pueden dar problemas, o la siguiente —dije— Acabas de ganar 300€ por solo quitarte la camiseta. Te ofrezco otros 100€ por darte la vuelta

En silencio, Cristina calculó todas las posibilidades en su cabeza, y vio que la mejor opción era la que la acababa de ofrecer. Sin decir nada, empezó a girarse lentamente. Quedó de frente a mí, con los brazos pegados al cuerpo, la cabeza algo ladeada mirando a un lado, como con vergüenza. El sujetador azul claro encerraba dos bonitas tetas, turgentes, jóvenes. Me quedé mirándola, estaba embobado. Finalmente extendí dos billetes de 50€, y ella los cogió. Recobré la compostura y el temple.

—Acabas de ganar 400 € fácilmente. Qué es, la mitad de lo que ganas en un mes?

—Ojalá —dijo en voz baja mirándome por fin a los ojos— Gano 650€ al mes

Se veía a Cristina con vergüenza, pero noté que el dinero era un estimulante grande para ella. Me convencí de que podía tensar la cuerda más:

—Entiendo, no se puede hacer mucho con eso. Me gustaría ofrecerte algo más. Otros 100 € —la miré— Esta vez me tienes que dar tu sujetador

—Eso sí que no. Ni por todo el dinero del mundo te voy a enseñar las tetas —respondió esta vez con contundencia mirándome agresivamente

—Seguro que haces top less en la playa, no sé por qué te indignas tanto. Además, no quería decir 100€, quería decir 200€

Cristina se quedó mirándome, como confundida. Un momento después miró hacia un lado, pensativa. Estaba a punto de dar el paso que yo deseaba. Tras unos segundos, dijo:

—300€

—Así que empiezas a negociar eh! —Dije riendo— está bien, toma

Cogió el dinero y se lo metió en el bolsillo. No tenía pinta de ser una chica fácil, pero la posibilidad de ganar 700€ en un momento, para una chica de pueblo que gana tan poco, debía ser irrechazable. Todos tenemos un precio.

Con la mirada ligeramente puesta en el suelo, pasó sus manos a la espalda, y empezó a desabrochar el sujetador. Una vez suelto el enganche, se deslizó los tirantes de los hombros, pero no dejó caer el sujetador. Se quedó con un brazo sujetándolo sobre sus tetas, y me preguntó:

—Por qué haces esto? Eres un chico guapo y atractivo, podrías tener a quien quisieras sin pagar…

—Lo entenderás dentro de unos cuantos años —dije

Cristina se quedó mirándome unos segundos, y finalmente bajó su brazo, dejando caer el sujetador al suelo. Qué tetas. No necesitaban sujetador, se quedaban arriba sin necesidad de él. Tenía unos pezones rosados, aureolas pequeñas. Yo ya estaba desatado

—Quiero besarte

—No, eso es ya pasar la raya. Tengo novio y le quiero —dijo

—Cuánto vale un beso tuyo, 200€, 300€? Ponle un precio

—No es dinero, no te voy a besar —dijo, aunque con poca convicción

Me acerqué a ella con 300€ en la mano. Cristina se echó ligeramente hacia atrás, pero la paró la mesa. Me puse enfrente de ella, puse el dinero en su mano, cerrándola los dedos, y me acerqué a su boca. Toqué sus labios con los míos, y empecé a besarla. Ella no reaccionaba. Puse mis manos en su cintura, y acerqué mi cuerpo, presionando mi cuerpo contra sus tetas. Cristina intentó empujar con sus manos en mi vientre para separarme, pero con poca fuerza. Susurró un ligero “no”, pero inmediatamente después retiró sus manos para volver a pegarlas a su cuerpo. Seguí besando sus labios, y noté que empezó a moverlos ligeramente. Sus manos se movieron poco a poco acercándose a mi cintura. Presioné entonces con mi pelvis hacia ella, empujándola contra la mesa. Empecé a usar la lengua, aprovechando que su boca estaba más abierta. Mi lengua empezó a mezclarse con la suya. Pasé mis manos a su culo, apretando. Seguía empujando mi pelvis contra ella. Estaba desatado. Quité mis manos de su culo, e intenté desabrochar el botón de su pantalón.

—No! Eso no! Para, no quiero seguir —dijo como despertando, y poniendo sus manos sobre las mías para pararme

Sin mediar palabra, saqué un fajo de billetes de mi bolsillo, sin mirarlos ni contarlos, y los estampé contra la mesa, mientras seguía intentando besarla y desabrochar su pantalón

—500€ más —dije— por si necesitas ayuda, la suma asciende ahora a 1.500€

Cristina parecía aturdida, era como si la cifra la hubiese mareado. Lentamente, dejó de intentar apartar mis manos, y pasó a apoyar sus manos encima de la mesa, mientras quedaba con la mirada perdida.

Desabroché rápidamente su pantalón y lo bajé hasta los tobillos, quitándoselo finalmente. Tenía que ser rápido antes de que su aturdimiento cesase. Llevaba unas pequeñas bragas blancas ajustadas. Me quité la camiseta, y el pantalón, mientras ella me seguía con la mirada

—Qué vas a hacer? —dijo finalmente

Sin responder, puse mi mano sobre su coño, y mi otra mano sobre sus tetas, ella apoyada con las manos en la mesa inclinada hacia atrás. Retiré con los dedos hacia un lado la tela, para introducirlos en su coño, poco a poco. Cristina dejó salir un suspiro, mirándome fijamente con los ojos abiertos. Con dos dedos llegué lo más lejos que pude, y empecé a “pajearla”, acariciando el famoso “botón” ahí dentro. Mantuve un ritmo rápido mientras acariciaba suavemente con la otra mano sus tetas. Cristina cerró los ojos, y con la boca abierta, mordiéndose de vez en cuando el labio inferior. Empezó a gemir. Aproveché ahora para bajarla las bragas, quedando desnuda totalmente. Tenía el coño depilado, con una tira de pelo en el centro. Mientras la seguía pajeando, con mi otra mano me bajé el bóxer. Cristina seguía gimiendo con los ojos cerrados, su coño ya humedecido. Aproveché, con la polla tiesa como la tenía ya, saqué los dedos de su coño y puse mi polla a la entrada de su coño. Cristina abrió los ojos, y gritó

—No! sin condón no por favor

No estaba para tonterías. Me agaché, saqué de mi pantalón otro fajo de billetes, y sin mediar palabra, lo puse en la mesa. Cristina se quedó mirándolo. No sé ni cuánto dinero había puesto ya.

Volví a ponerme enfrente de ella, abrí sus piernas, la sujeté de las caderas y empecé a meter mi polla en su coño. Esta vez no dijo nada. Metí mi polla hasta el fondo, ayudado por lo mojada que estaba Cristina. Empecé a meterla y sacarla a buen ritmo. Cristina quedó medio tumbada sobre la mesa, sus ojos cerrados, gimiendo con cada arremetida. La agarraba de las caderas para hacer más fuerza. La mesa estaba llena de billetes de 50€, algunos ya caídos en el suelo. La sujeté entonces con ambas manos del culo, y la levanté para tumbarla completamente en la mesa. Me tumbé encima y seguí follándola sin parar. Cristina puso sus manos sobre mis hombros primero, y luego rodeó con ellos mi cuello, mientras cerró con sus piernas alrededor de mí. Me estaba encantando follarme a esta chica, el morbo era enorme. No la conocía de nada, este era el resultado del dinero. Era como en los videos. Mejor, esto era de verdad, sin preparación ni trampas.

El bamboleo de mis caderas seguía, y empezamos a besarnos lujuriosamente. Cristina me mordía suavemente los labios, mientras hacía fuerza con sus piernas y ponía sus manos en mi cabeza, o me arañaba la espalda. Yo sentía sus tetas moverse contra mi pecho con la acción. Cuando sentí que me iba calentando, me bajé de la mesa, me puse de pie y dije

—Ven Cristina, acaba con la boca

Cristina obedeció, se puso de rodillas y empezó a chupar. Tenía una mano en la base de mi polla, que de vez en cuando movía a lo largo de ella siguiendo el movimiento de su boca. La otra estaba fija sujetándome los huevos. Tenía un bonito pelo castaño, recogido en una coleta, por lo que la cara quedaba despejada y podía ver perfectamente la mamada.

Yo alternaba mis manos entre su cabeza, y sus tetas. Jugaba con sus pezones, o las cogía totalmente con ambas manos. Cristina seguía chupando sin prestar atención a mis manos. Cuando estaba a punto de correrme, saqué mi polla de su boca

—Ahora, sígueme pajeando, quiero correrme en tu cara

Siguió con su mano, pajeándome a un par de centímetros de su cara. Me miraba con sus ojos marrones. Estaba a punto de correrme. Solté un gemido enorme de placer, y un chorro de semen salió disparado contra su mejilla. Cristina reaccionó con sorpresa, apartándose ligeramente y abriendo la boca. El siguiente chorro le cayó justo dentro de la boca, y un poco en los labios. Los dos siguientes, ya menos potentes, cayeron sobre sus tetas.

Cristina se quedó mirándome, con la cara, la boca y las tetas llenas de mi esperma. Qué imagen. Me empecé a vestir rápidamente, con ella todavía ahí de rodillas, mirándome como en éxtasis, y aturdida por lo que acababa de pasar.

—Puedo volver a verte? —preguntó mientras observaba como me vestía

—Claro —la contesté— ahora te doy mi número de teléfono. Pero espera un momento, te traigo un trapo para que te limpies

Salí de la despensa vestido, vi las llaves en el mostrador, las cogí y me fui a la puerta. La abrí y dejé las llaves en la cerradura. Me fui lo más rápido que pude, sin mirar atrás. Llegué a donde estaba mi coche aparcado, me metí, y puse rumbo a Madrid.

Qué experiencia, ni en mis mejores sueños. Hice cuentas durante el camino, me había gastado unos 2.000€. Tenía ganas de más. Ya lo estaba planeando. Solo tenía que controlar el gasto en la próxima.

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