Lorenzo hacía como cuatro años que venía a ver a su abuela. En ese tiempo, su abuela Juliana vivía en una casa muy vieja del pueblo que tenía medio prestada, porque pagaba el supuesto alquiler con trabajos en verano cuando venían los dueños. Ya estaba cansada de estos servicios, que a veces resultaban onerosos, coincidiendo en que conoció a Fabián. Lo conocía de verlo alguna vez, porque Fabián, mi abuelo, vive a las afueras del pueblo, a unos tres kilómetros. Se encontraron cierto día en el supermercado y a Juliana se le cayó la compra. Fabián la recogió, la cargó en su camioneta e hizo entrar a Juliana para llevarla a casa.
Desde ese día Fabián iba a verla con frecuencia y unas veces ella le invitaba a café o a una cerveza y otras él la sacaba a pasear. De ahí pasaron a los besos cariñosos cuando se encontraban y por fin se enamoraron. Lorenzo fue testigo del enamoramiento de Fabián y Juliana desde que ambos habían cumplido 66 años, porque antes lo llevaban todo muy oculto. No tenían inconveniente civil para casarse, pero ambos se habían cotizado bien para tener una buena pensión y casarse les iba a poner la situación económica complicada. Así que decidieron casarse en secreto y el testigo fue Lorenzo. Recuerda Lorenzo que, mi abuelo le hizo tomar una cerveza el día que ellos se prometieron ante Lorenzo. Luego le hicieron brillar sus ojos con champaña. Como en la comida había tomado bastante vino se había puesto parlanchín y declaró a su abuela ante mi abuelo que era gay, que le gustaban los chicos. Y mi abuelo le dijo: “Adelante, hombre, cada uno es como es, a los demás qué les importa”. Su abuela añadió: “Ahora te voy a querer más para que te convenzas que eso no es lo que me preocupa en ti, tampoco me parece algo malo”. Por eso Lorenzo iba siempre que tenía ocasión. Allí con ellos se encontraba libre y salía al pueblo a conocer gente y a hacer amigos.
Dos de los amigos que me presentó a los tres días de estar con él fueron Zigor y Mauro, dos chicos de su edad, que parecían mayores. Guapos no eran, feos tampoco, pero nadie se pararía a mirarlos. Dos chicos que estaban musculosos del trabajo en el campo, poca formación, pero de pequeños habían ido al colegio y sufrieron por su timidez debida a su homosexualidad, caso psicopatológico o psicopatético de quien no tiene posibilidad de defensa ni en su familia, pero aprendieron poco. Más sabían de la vida, de cómo custodiarse y cómo darse satisfacción sin que los demás se enteraran. Ellos vivían cerca y podían sortear todo tipo de sospechas. Se iban a follar a un corral de animales y entre los dos se desahogaban con masturbaciones, mamadas y algún intento de penetración. Me pareció tan patética la situación que me contaron, que le dije a Lorenzo:
— Casémonos cada uno con uno y que dejen de sufrir. ¡Joder, qué putada de vida han tenido estos…!
Cuando les dije que yo podría haberme dejado follar por mi padre delante de mi madre, pensaban que yo estaba loco por decir tales mentiras. La verdad es que no lo intenté nunca, pero podría haberlo provocado, pues conociendo a mis padres, sé que se hubiera realizado, pero medí que las consecuencias serían imprevisibles. Todo esto les expliqué. Lorenzo para que me creyeran les decía: “Es filósofo, es sabio”. Y ellos estaban atemorizados no de mí sino de que alguien supiera lo que ellos hacían para darse un besito y tocarse sus pollas y sus nalgas, ¡joder! ¡que no se atrevían a nada más! Yo ni fui ni soy un revolucionario, pero estas cosas me jodían mucho. Lorenzo lo notó y me tranquilizó con la finalidad de arreglarlo.
Tras explicarles que eran libres de ser como quisieran, les pregunté a Mauro y a Zigor qué pensaban hacer para no estar escondiéndose de los demás. Los chicos no sabían qué hacer y convine delante de ellos con Lorenzo que teníamos que organizar una orgía en nuestro altillo, que era muy ancho para nosotros cuatro y ya lo teníamos limpio. Le añadí:
— Los cuatro somos mayores de edad; hay que sacar a nuestros amigos de su aturdimiento, han de saber lo bien que se pasa y lo bueno que es tener sexo y vivir juntos los que se aman.
— ¿Crees que ellos se aman?, preguntó Lorenzo.
— Míralos —dije yo señalando—, están asustados, cogidos de la mano, no se abrazan porque nos temen, tú y yo nos los hemos llevar a casa, hacer delante de ellos lo que hacemos habitualmente, sin forzarles y verás cómo responden adecuadamente. Los pobres están que no se aclaran, no saben más, no atinan a adivinar si es bueno o malo y piensan que es malo porque los demás podrían amenazarlos.
Yo iba hablando para que ellos entendieran nuestro razonamiento y se volvieran atrás antes de comenzar a que todo funcionara como lo tenía previsto. Por una parte estaba su libertad y por otra su temor. Dos cosas no fáciles de conjugar. Era necesario eliminar el temor, el miedo que les había invadido desde siempre y presentarles la libertad, la confianza, la alegría de ser como somos.
Ese día dejamos pasar la oportunidad y quedamos en juntarnos al día siguiente. En la noche hablé con la abuela y le expliqué lo de los dos chicos. Ella entendió del todo porque, sin ser lo mismo, su relación con el abuelo tuvo que meditarla varias veces y pensar bien las cosas, hasta que se decidió por un sí y por un sí, porque el no es negativo. Además ella quería vivir su libertad y su amor, no lo que opinen los demás. Le dije que al día siguiente vendrían a casa y los llevaríamos al salón de arriba.
— Y ocurrirá lo que pasa, ¿no es así?, dijo la abuela.
— Así es, respondí.
— Si la cosa no sale muy bien y no se distienden, me avisas y yo les hablaré, propuso la abuela.
— Pensaba si podríamos merendar aquí los cuatro contigo, hacernos Lorenzo y yo los frescos, contarte cosas nuestras y tú nos aconsejas como sabes hacer, ¿qué te parece, abuela?, le dije mimoso.
Lorenzo asomó por la puerta, diciendo a gritos:
— Ya te camelas a la abuela.
— Lorenzo, aceptaste que yo me uniera a tío Fabián, Joel, apenas saberlo, lo aceptó de buen grado, ¿cómo no voy a seros útil cuando queréis ayudar a dos amigos vuestros?
— ¡Cuestión zanjada!, exclamé.
Entonces, Lorenzo se me echó al cuello y comenzó a besarme, a meter mano dentro de mi short y yo hice lo mismo…
— ¡Eh, eh, eh!, ¡cochinadas en mi cocina, no!, ¡ni el gato! Hale, iros a vuestro cuarto y jodeos cuanto queráis…, protestó con razón la abuela que nos lo soportaba todo, pero era necesario poner orden.
Claro, cuando Lorenzo estaba solo podía hacer todo lo que quisiera, pero no se desnudaba, no tenía sexo en casa con nadie, no hablaba groserías ni palabras obscenas, pero se juntó conmigo y su lengua se desató como una jauría de caninos, andaba desnudo por la piscina, iba a la cocina con tanga. ¿Lo aprendió de mí? De ninguna manera, se atrevió a hacerlo solamente porque tenía compañía de ayuda. Antes, ni se le ocurría permitírselo, aunque lo quisiera.
Habíamos quedado a las 4:00 de la tarde, se presentaron puntuales y sin respiro. Les salió a recibir Lorenzo, por supuesto que se sorprendieron, porque iba con una de las tangas que compramos, blanca, semi transparente, mínima cobertura y pelusilla de pelos asomando por las tres partes. Se miraron entre ellos y medio sonrieron, ya fuera por la tanga o por la pelusilla. Yo estaba al comienzo de la escalera observando. Cuando me vieron con mi tanga rosa, volvieron a sorprenderse. Lorenzo les explicó que por casa íbamos así, al menos ahora que hacía calor. Los presentamos a la abuela, los besó muy cariñosamente y nos dijo:
— Subís a vuestra guarida, dentro de un rato estará la merienda lista, os llamaré y luego seguís en lo vuestro.
Los hicimos subir a nuestro cubil y allí nos disponíamos a conversar, pero les invitamos a quitarse la ropa y quedarse en ropa interior. Mauro iba con un slip de corte alto y Zigor con un bóxer recto de tela común, corte recto y alto. Ambos tenían algo de pelo en el pecho y en las axilas a rebosar. Zigor era melenudo, recogía su pelo con una cinta, no estaba grueso y tenía varias cicatrices como arañazos de ramas de árbol; era muy delgado. Mauro era más entrado en carnes, aunque no grueso, se le notaba robusto, pelo en el pecho y axilas y un reguero tupido de pelillos llegaba a esconderse en su slip. A mí me parecían dos piezas tal para cual y más para lo que se presentara, y me gustaban.
Se sentaron juntos encima de una banca ancha sobre la que había una manta. Todos los muebles eran improvisados. Sabían que venían a observar y a aprender.
Nuestra cama estaba al frente, dispuesta con una sola sábana. Nos sentamos Lorenzo y yo. Nos miramos, nos besamos jugando con nuestra lengua. Quité la tanga de Lorenzo ayudado por un poco de movimiento de su culo y él me quitó la mía tumbándome sobre la cama y tras levantar pies, piernas y culo para facilitarlo. Ya íbamos descalzos casi todo el día. Comenzó Lorenzo a tocar mi polla para darme gusto ya que estábamos dispuestos a follar sin muchos preámbulos.
Nuestros cuerpos estaban pegados uno al otro sobre la cama, mi boca buscó su boca, invadí con mi lengua todo su boca y nos besamos apasionadamente y con deseo, nos dejamos hacer. Aprieto mi cuerpo al suyo, mi abdomen a su abdomen, mi polla juega con la suya. Noto y siento su olor a hombre, su transpiración y su deseo sexual que me ponen más caliente. Beso su pecho, chupo sus pezones hasta ponerlos rojos, estaban duros, lamo su ombligo y casi me lo como a lengüetazos, jugueteo con mi lengua en sus axilas… y las huelo… ¡Joder! el puro cabrón Lorenzo se deja hacer, aunque él iba a su bola. Me toma con sus delicadas manos y me da media vuelta colocando mi cabeza hacia abajo frente a su polla enhiesta y adornada con todo un jardín de tupido pelambre; mi polla ha quedado a la altura de su cuello, pero no le interesa de momento mi polla sino el agujero de mi culo y con su lengua lame mi orificio y mete lengua, lo aliento y animo a a continuar por ese camino.
Una gota de líquido preseminal de mi verga cae sobre su pecho, y estirándome, se pone en la boca mi pene y lo chupa para exprimir todo el líquido preseminal que en mí siempre es abundante y dulce. ¡Qué mamada me ha hizo en un instante! Tal fue que me vine enseguida en su boca y engulló todo aquel néctar de mis jóvenes y gruesos huevos.
Me da de nuevo la vuelta y me levanta de la cama hasta la pared, me pone en alto para que acomode mis piernas en su cintura y caiga sentado sobre su polla. La ensarta en mi agujero y ¡zas! ¡Toda dentro! Grito una, dos, tres y no sé cuántas veces; estaba yo puesto como una loca gritando. ¿Se puede sentir mayor dolor en un instante? Imposible, pero tras ese momento comienza un baile de polla o mejor con sus brazos me hace bailar arriba y abajo sobre su polla. Me duele, grito y me da placer, vuelvo a gritar, así cada vez que entra y sale la polla de Lorenzo de mi culo. Con mis manos sobre sus hombros me apoyo todo el rato para no caerme. Mi polla, que se había encogido, comienza de nuevo a ponerse como verga putona y va rozando su esternón y su ombligo arriba y abajo. Toda la verga de Lorenzo entra y sale completamente y cada vez que penetra me llega hasta lo más profundo que me hace sentir lleno y satisfecho de placer, pies ya no siento dolor. Siento espasmos en la polla que ahora se mantiene todo el rato dentro de mí y comienzo a besar a esa bestia sexual que incluso a mí me está sorprendiendo, saliva, lengua, dientes y labios entran en perfecta acción y me siento perfectamente amaestrado, cada uno dado a complacer al otro. Me guiña el ojo para que yo actúe.
Entiendo la señal de Lorenzo: ha llegado mi turno, sé lo que quiere, desea que, con mi culo lleno de su leche y saliendo en cuentagotas a lo largo de mi muslo, retenga, que no se escape nada y que actúe porque me toca a mí, habiendo llegado mi turno. Le mamo lentamente su linda y hermosa verga, arrancándole gemidos de placer, la disfruto un buen rato, sin tragarla toda, aunque me la metía hasta la garganta, y por fin logro que derrame de nuevo toda su leche caliente, pero en mi boca. Con su verga lubricada con leche le ofrezco de nuevo mi culo, le pido que me atraviese de nuevo, que me demuestre todo lo macho que es y quiero que sea para que me haga gozar…
Me insiste en que es mi turno y lo tomo en brazos, como novia en los brazos de su amante, mientras yo le besaba su rostro y lamía sus tetillas y me lo llevo a la cama. Lo tiro furiosamente sobre la cama como se tira un fardo a un rincón. Le doy la vuelta para que me quede de espaldas a la cama y de cara a mí; suelto mis esfínteres, para liberar la leche de Lorenzo y que corra por mis piernas mientras levanto las suyas, diciéndole que lo quiero follar de frente como si fuera una puta de alquiler y ver su cara de placer mientras lo hace. Lo acepta con tal de tenerme dentro de sí; pues es lo que él deseaba y me dice:
—”Ea, rómpeme, maricón, rómpeme por tu puta madre”.
Me ponen sus palabras a tope. Apoyo mi polla lubricada en la entrada de su ano y empujo lentamente para que note el paso de mi gruesa polla por sus esfínteres. Oleadas de placer le arrancan suspiros y gemidos, se la meto completa y le doy tiempo a su culo para que se acostumbre, y comienzo a bombear despacio aumentando el ritmo y el desenfreno… Le digo:
—”¡Ah!, ¡cabronazo! se nota, puta de mierda, cuánto te gusta que te perforen”.
Me contesta:
—”Mucho más de lo que imaginas, cabrón, hijo de puta, y no seas maricón y acaba de una vez ese bombeo, que más pareces una niña en el baile que un macho desflorando vírgenes”, me dice con enérgica rabia burlona.
De tal modo lo dijo que acabé enseguida y logró lo que deseaba, un magnífico desembarco de leche en su interior. Fue una acabada descomunal, mejor que las anteriores entre nosotros. Completé su placer, dándole toda mi rica leche en su culo, y no me permitió que sacara mi polla de inmediato. Ese había sido su sueño, tener una acabada de locos desenfrenados y con exhibición. Fue la vez en que aprendí que yo había disfrutado más de pasivo que de activo porque siendo pasivo se puede llevar la dirección en la relación sexual, y esto fue un polvo que me había convertido en amante.
Agotados como estábamos, nos acordamos de nuestros amigos y los vimos desnudos, tumbados en el banco y follando Zigor a Mauro. Se lo estaban pasando de puta madre. Zigor follaba el culo de Mauro con un mete y saca rabioso, mientras Mauro gritaba de puro placer. No los molestamos y mi polla se volvió a poner dura solo de verlos.
Tras alcanzar semejante orgasmo, se incorporaron muy serios acalorados y sudados y nos miraron. Sonrieron y se levantaron para abrazarnos, Mauro me besó y Zigor besó a Lorenzo, luego se turnaron. Mauro me susurra al oído que lo que más lo calentó fue entender algo muy extrado: que lo que Lorenzo y yo hicimos por ellos era de verdad amor entre nosotros y eso fue lo que les impulsó a mostrarse su amor; que, si quiero, podemos repetir lo de esa tarde otras veces; que lo siguiente sería follarlo yo a él o entre nosotros… Ya se vislumbraba lo que yo buscaba.
Llamó la abuela, había transcurrido como hora y media y le dije que lo hablaríamos entre los cuatro, pero prefería que ellos dos confirmaran su amor y luego los amigos soportan todo…
Nos fuimos a la ducha rápida solo para secar el sudor y quitarnos los restos de semen seco. Suerte que la ducha medio preparada no tenía paredes aún y cupimos los cuatro.
Nos fuimos a comer una rica merienda que nos iba a servir ya de cena. La abuela escuchó en silencio lo que hablábamos y sonreía y nos animaba a comer. Bien sabía la abuela que habíamos trabajado mucho los cuatro y el hambre del mundo entero estaba incubada en nosotros cuatro. Lorenzo preguntó a la abuela:
— ¿Escuchaste nuestras voces?
— A los cuatro y a cada uno, como locas habéis gritado, pero sé que lo estabais disfrutando, el amor es bueno siempre.