Tuve la suerte de encontrar una buena mujer, guapa, buen cuerpo y rica para coger. Tenemos sexo casi a diario y experimentamos todo cuanto se nos viene en mente.
Recuerdo que recién casados se llegó a vivir a la casa de su madre una hermana, una linda jovencita de escasos 18 que había estado internada como novicia o "aspirante" a monja, me dijeron.
La chiquita visitaba nuestra casa con frecuencia y no es de extrañar que en más de alguna vez nos encontrara cogiendo. Entraba a nuestra habitación, y aunque tocaba primero en algunas ocasiones apenas podíamos ocultarnos bajo las sábanas para esconder nuestra desnudez. A mi mujer y a mí nos causaba gracia la actitud de Rudy, esperábamos que se marchara y continuábamos con nuestro trabajito. Cogíamos hasta no poder.
Siempre he sido amigo de los libros, lo cual me ha permitido tener algunas respuestas cuando alguien las necesita. Ruby entró a ese círculo, me preguntaba cosas, a veces triviales y hasta sin sentido. Hablábamos de historia, ciencia, cine, comic y hasta de telenovelas. Nuestras pláticas se alargaban por horas.
Miriam mi mujer, con ese instinto de hembra empezó a cuestionar sobre el motivo de tanta charla, pero se auto frenó a sí misma ante la inocencia de su hermanita, cosa de chicas pensó.
Pasaron los meses y todo seguía su ritmo, fue un día después de un polvo de mediodía que mi esposa me puso al corriente de algo que había hecho mi cuñada. Según supe, mi mujer había encontrado a su hermana en nuestra cama tocándose. La había hallado acostada boca arriba, la falda levantada y sus calzoncitos sólo en una pierna. La chiquilla se masturbaba con sus dedos, mientras pronunciaba mi nombre. Escuché el relato y le reste importancia para calmar a mi esposa, aunque mis pensamientos daban vida a las más lujuriosas pasiones.
Pude darme cuenta que mi cuñada se ausentó de nuestra casa, y aunque vivíamos enfrente pocas veces podía verla. Mi mujer pareció olvidar lo que pasó y todo empezó volver a la normalidad. Ruby empezó a frecuentarnos.
Un día regrese a mi casa antes de lo esperado, pues mi señora tendría que hacer algunas diligencias. Fue ella quién me pidió que lo hiciera, pues vivíamos en un barrio peligroso lleno de rateros y era necesario que uno de los dos estuviera a fin salvaguardar nuestras escasas pertenencias. Al llegar vi la puerta del dormitorio semiabierta, caminé despacio presintiendo lo que hallaría. Pude ver a mi cuñadita en nuestra cama semidesnuda, se frotaba el chocho y gemía. Se magreaba las tetas y se contorsionaba, parecía estar al límite de un eminente orgasmo. Decidí observar la escena, disfrutar cada toqueteo, el movimiento de sus caderas y oír sus susurros, esos gestos de deseo y placer. Ella parecía haber perdido la noción de las cosas, pude percibir cuando mencionó mi nombre. Se masturbaba pensando en alguien a quién tenía a escasos metros, eso me decidió y me acerqué dándome cuenta que tenía sus ojos cerrados. Estaba frente a ella, me sintió, pudo verme y sonrió. No hubo tiempo de explicaciones, me senté a su lado y dirigí mis labios a su clítoris, ella abrió sus piernas y toda su cosa quedó a mi disposición. Tenía una vulva pequeña, labios delgados y un clítoris mediano de un color rosado claro.
Estaba húmeda y enrojecida por la fricción de sus dedos, su aroma a hembra era delicioso. Mi lengua trabajó su raya de extremo a extremo, intenté meter un dedo pero no entro, Ruby era virgen. Mis pensamientos lascivos se enorgullecieron, estaba a punto de romper el chochito de mi cuñada. A todo esto, mi ropa yacía sobre el suelo, y había colocado mi verga al alcance de la boca de Ruby, esta había entendido la indirecta y mamaba, torpe pero mamaba. Estábamos en un 69 perfecto, ella arriba yo abajo, podía chupar su rajita y ver su culo. Esa flaquita parecía poseída, pasaba su lengua desde pegue de mis huevos hasta la cabeza, se introducía todo mi pene y gemía. Pasamos minutos de infarto, habíamos realizado el preámbulo, era tiempo de la verdad. La levante en mis brazos y la coloque sobre una mesita alta, su cabeza quedó apoyada sobre unas almohadas. Sus piernas ligeramente sobre mis hombros, sus nalgas al borde, la posición era perfecta para que pudiera ver mi verga cuando se aproximara a su cueva. Puse mi tranca a su entrada y empuje, pude observar cuando entro la punta, su cuerpo se estremeció y pujó. No me detuve y seguí haciendo presión, podría decir que escuché el sonido de algo roto en su interior. La penetré y pude sentir esa estrechez de mujer recién estrenada, lo de demás fue simple: comencé un mete saca rítmico, la embestía tratando de no lastimarla. El acoplamiento era perfecto, mi verga rozaba sus paredes vaginales y cuando llegamos al orgasmo sólo pude pensar que esto tenía que repetirse.
Terminamos, los dos satisfechos. Nos besamos y sin prometernos nada supimos que volveríamos a darnos placer. Ruby fue y será mi bello recuerdo, hoy separado de mi esposa, sé que Ruby me ama pero pesan los prejuicios.