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El hermano de mi hermano es de cuidado (II)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Parecía que nuestros padres habían olvidado comprar la cama que habían dicho y ya llevábamos casi dos meses y nosotros seguíamos sin decir nada porque lo teníamos más fácil para follar cada día antes de dormirnos. Sinto comenzó a ir a la Universidad, casi todos los días teníamos parecido horario, aunque estábamos en años diferentes, a mí me faltaba poco para la licenciatura en medicina, pensaba hacer doctorado y algún máster de especialización con la idea de acompañar a Sinto, pues cada día lo llevaba yo en el coche que nuestros padres compraron para nosotros dos. Nos portábamos muy bien, decían ellos.

Ya había comenzado a hacer fresco, y en la cama teníamos de cobija el nórdico con funda, que era muy grande y nos cubría bien, así que ya no usábamos sábana en la parte superior. Nuestros padres madrugaban diariamente, solomos sábados y domingos podíamos verlos. Sinto y yo comíamos en el comedor universitario. El problema era Gonzalo que no salía de casa, pero mamá Martina siempre le dejaba algo cocinado que solo tenía que calentar. Ya llevaba más de tres meses sin salir de casa, su programa era su habitación salir a comer tres veces al día y volver a su habitación.

Mientras, Sinto y yo íbamos cada vez uniendo nuestras vidas en lo profesional futuro, ambos hacíamos medicina; teníamos claro que nos queríamos algo más que por el simple hecho de ser hermanos o medio hermanos, qué más da; comenzamos nuestra relación por el placer y pasamos a realizar todo lo que se puede hacer con el sexo entre dos hombres, pero un día nos dijimos que quizá sería bueno planificar nuestra vida de cara al futuro orientándola hacia nosotros dos y así evitar que surgieran otras cosas con otros. Ambos estábamos de acuerdo.

La habitación nuestra era amplia, muy espaciosa, tenía un closet grande y cabía la ropa de los dos, ropa que al principio estaba muy ordenada en dos compartimentos —la tuya y la mía—, y que pronto dejó de ser así, porque al ser de la misma estatura y mismas tallas a pesar de la distancia de los siete años, cada uno se ponía lo que le gustaba o tenía delante. A veces ocurría lo siguiente:

— Ponte mi pantalón y tomo tu camisa.

— ¿Qué tal me queda este jockstraps tuyo?

— ¿Vas a usar hoy este jersey, si no me lo pongo yo.

Ya no había ropa de nadie, toda la ropa era de los dos. Pero en casa nadie nos dijo nada, tal vez porque no caían en la cuenta, pero yo pienso que nuestros padres no tenían tiempo a pensar en nosotros, solo nos daban el dinero que necesitábamos y a veces más, lo que nos indicaba que los negocios les iban bien. La mamá de Sinto, Martina, tenía un puesto de mucho prestigio en el mercado, allí se hacía cola para adquirir quesos, jamones, embutidos, algunas conservas y otros productos de cierto lujo como aceites vírgenes, etc.; mi padre era distribuidos de mercancías de importación, desde España al extranjero y al revés, claro lo mejor que veía se lo llevaba a su esposa y con eso aumentaban más las ventas. Tengo que reconocer que aunque no nos prestaban mucha atención al ser mayores, trabajaban para nosotros, porque nunca nos vimos privados de dinero ni para comprar nuestra ropa, ni los pagos en la U ni para nuestros caprichos. Pero nosotros ahorrábamos bastante porque nuestros gastos de capricho eran escasos, ya que nuestros gustos se limitaban a dos pollas y dos agujeros del culo; pues de eso estábamos bien servidos y era y lo será siendo gratis.

Un día noté que mi armario estaba revuelto y esperé a que viniera Sinto para que lo viera. Yo estaba sentado en la cama de cara al ropero.

— ¿Qué has hecho?, ¿por qué esta revuelto el closet? —preguntó.

— No lo sé, así me lo he encontrado yo —respondí.

Yo no quería acusar a Gonzalo por ser su hermano, pero Sinto mismo dijo:

— Eso es cosa de Gonzalo, busca dinero o droga o qué se yo…

— Eso mismo pienso.

— ¿Se lo decimos? —preguntó Sinto.

— Mejor lo dejamos pasar, no falta nada, ya sabe que no tenemos lo que busca y nos dejará tranquilos —respondí.

— Está raro, lleva meses sin salir de su cuarto —dijo Sinto.

— Debe tener miedo —dije,

— ¿Miedo..?, ¿a qué? —preguntó Sinto.

— A la policía —sentencié.

— ¿Ha hecho algo malo?

— No lo sé —respondí.

— y… ¿por qué has dicho la policía? —insistió Sinto.

— Si no es la policía, es peor todavía, son su gente que lo buscan porque habrá hecho algo que no les gusta —dije, pensando más en las películas que en la realidad.

Sinto con mucha calma dijo:

— Algo de eso será, es tonto.

Pusimos orden al ropero y nos fuimos a la cocina donde estaba mamá Martina. La encontramos llorando, nos pusimos a su lado, Sinto le preguntó:

— Mamá ¿por qué lloras?

— Ahora vendrá papá y nos lo contará —y siguió llorando.

Nos sentamos todo el tiempo con ella hasta que viniera papá no sabíamos de dónde. Entró, gritó muy enfurecido, vino a la cocina, nos miró y dijo gritando:

— Pero… ¿qué hijos tengo?

(Silencio total).

— Sí, Martina ¿qué hijos tenemos? Ladrones, drogadictos, asesinos, maricones, incestuosos… ¿qué pasa?

Mamá Martina callaba y lloraba.

— A ver, Julio, ¿eres maricón? y dime la verdad —gritaba mi padre.

— Sí, papá, soy homosexual —respondí.

— ¡Mierda puta! ¿Y tú, Sinto, también eres homosexual? —preguntó mi padre mariconeando la voz en la pregunta y con volumen más bajo.

— Sí, papá, yo soy gay.

— Vamos, que tengo dos hijos maricones en casa, los que estudian, los que se portaban bien, los hijos ejemplares, claro que sí, ellos tenían que ser maricones, claro… pero no acaba ahí todo, ¿sabes Martina? nuestros hijos se acuestan juntos y hacen cochinadas de maricones…

Mamá Martina levantó la cabeza, dejó de llorar, miró la furia de su esposo y dijo:

— ¿Cuántas veces te he dicho yo que compráramos la otra cama y dividiéramos la habitación?…

— Claro, claro que sí, la culpa es mía… Tu hijo Gonzalo acaba de decirme que mis dos hijos son maricones porque lo llevan en los genes y yo soy el que lo ha transmitido…, y tú me hablas de la cama y la división…, pues ahora tenemos la habitación de Gonzalo libre, ¿quién de los dos va allí? ¿y los genes dónde están?

(Silencio total).

— Pues yo diré quién se va…

— ¡Ninguno! —dije gritando.

— ¿Qué? —Exclamó mi padre—, ¿quién manda en mi casa?

— Papá, escucha, por favor…

— ¿Qué tengo que escuchar yo? dime ¿qué tengo que escuchar?

— A tus hijos lo que te digan —dije.

— Vale, pues habla… —me dijo.

— Primero nos cuentas que pasa con Gonzalo, luego lo nuestro. Gonzalo es hijo de mamá y hermano de Sinto, lo quiero como a un hermano, ¿qué ha pasado? Luego seguiremos hablando, y serénate, papá, serénate, por favor, que mamá sufre en silencio.

— Empezamos a entendernos, respondió mi padre.

Entonces nos contó que había sido asesinado hace ya cuatro meses el papá de Gonzalo, que la policía había cercado al señor Monisario que es como se llamaba el tal sujeto. La policía estaba y está buscando al asesino o asesinos, porque había sido acuchillado diecisiete veces con tres cuchillos diferentes. Explicó que iban buscando a Gonzalo, el propio hijo, como uno de los sospechosos, pero que no es el único; que los negocios de Juan Manuel Monisario, el padre de Gonzalo, estaban relacionados con la droga y una banda competidora se lo quería arrebatar. Esta lucha interna es lo facilitó a la policía ir recopilando datos de las dos bandas. Por fin dieron con Martina y le preguntaron qué sabía de su ex esposo, como les dijo que no sabía nada de su ex, le preguntaron si sabía de su hijo porque no aparecía y ella tuvo la debilidad en ese momento y lo llamó.

Cuando apareció fue inmediatamente detenido y está en la carceleta de comisaría esperando la decisión del juez. Toda una retahíla de novedades, porque mamá Martina nada sabía de los negocios de su ex ni de la complicidad de su hijo. Precisamente el juez que había concedido la custodia de Gonzalo a su padre, ha tiempo que había sido encarcelado como un capo de la mafia y ya había muerto en la prisión.

Por fin relató que cuando la policía se llevaba a Gonzalo, este gritó, de cara a su madre:

— Tú no sabes nada, te has casado con un maricón, sus hijos son unos maricones y se acuestan juntos para follar.

Esta era una de sus lindezas, pero desde la casa hasta la camioneta de la policía, iba diciendo cosas de Julio y Sinto sin parar. Cuando mi padre fue a la comisaría a prestar declaración de cuánto tiempo estuvo viviendo últimamente Gonzalo en nuestra casa y de sus actividades, le permitieron verlo y él le había declarado todo lo que Sinto y yo veníamos haciendo.

Entonces se encaró con nosotros para que le dijéramos la verdad de todo lo nuestro. Diríamos que ese día salimos del armario porque dijimos la verdad sin reticencias. Cuando habíamos acabado todo el asunto, mi padre dijo:

— Para vivir en esta casa, tenéis que dejar estas cosas.

— Papá, esto es un asunto personal nuestro, si lo impides me echas a la calle —dije yo.

— ¡Pues te vas! —gritó mi padre.

— Si Julio se va yo también me voy, —gritó Sinto que jamás había levantado la voz.

Mi padre se puso a mirar a mamá Martina y ella dijo:

— Lo que los chicos hagan entre ellos no daña a nadie; si los echas, yo también me voy con ellos.

— Pero…

Martina cortó en seco:

— Ya estoy hasta de que mis esposos maltraten a mis hijos, ya tengo uno en la cárcel por culpa de mi primer esposo, ¿ahora dos hijos en la calle por culpa tuya? No, a Julio me lo he criado yo siendo pequeño y es un amor conmigo, tú solo no decides de él; de Sinto ni qué decir…, estos hijos míos se aman, mejor los quiero que se amen a que se odien…

Mi padre calló un rato largo y al final dijo:

— No voy a ser yo quien te haga la vida imposible, mi niña, si quieres a nuestros hijos, yo también los quiero, aunque no entiendo nada…, yo no quiero ser culpable de esto, no quiero, no quiero…

Y se puso a llorar como un niño desesperado. Nos acercamos Sinto y yo para abrazarle y le dije:

— Papá, no eres culpable de nada, nadie tiene la culpa de cómo somos, tampoco sois culpables de que nos amemos intensa e íntimamente, es cosa nuestra, pero siempre nos has cuidado y con mamá Martina junto a ti hemos sido felices…, creo que un día entenderás mejor esto que nos pasa…

Nuestros padres se retiraron y nosotros también, solo teníamos pena por todo lo ocurrido, nos abrazamos y lloramos. Al día siguiente nos fuimos a la U sin ganas, pero lo consideramos necesario. Durante la comida en el comedor universitario hablamos de lo que haríamos si mi papá insistía y si mamá Martina se ponía contra mi padre. No sacamos provecho en toda la mañana, habíamos estado pensando todo el tiempo en todo lo ocurrido el día anterior. Sinto me mostró el periódico que había comprado con toda la noticia sobre Gonzalo. Cuando acabaron todas nuestras clases nos fuimos a casa con la idea de inscribir a Sinto en el gimnasio. Pero estaban esperando nuestros padres y nos quedamos quietos frente a ellos. Mi padre nos dijo:

— Ahora vais a vuestra habitación y ponéis orden.

En silencio fuimos a nuestra habitación y encontramos una cama Queen de 180 cm de ancho por 200 cm de altura. Aquello parecía una plaza de toros rectangular. Cayeron al suelo nuestras mochilas y nos abrazamos. Se asomaron nuestros padres y los abrazamos y besamos mostrándoles nuestro cariño. Era una cama exactamente igual que la que usaban nuestros padres.

Esa noche sí. Si la noche anterior había sido una noche de duelo, ahora en esta noche fue el despilfarro de nuestros padres el que nos animó y rubricamos nuestro amor con una follada por partida doble, primero nuestros besos, de los cuales teníamos ya un excelente historial, los movimientos en esa cama fue libros y nos buscamos con un 69 para preparar las entradas para nuestros penes. Y finalmente follé a Sinto como era su gusto y le di mucho placer. Pero como soy envidioso, quise volver a comenzar tras un ligero descanso, porque deseaba que Sinto me hiciera perder mi virginidad anal. Fue la primera vez que lo hizo y le gustó, a mi también y desde entonces nos hemos convertidlos dos en versátiles.

Nuestra vida ha transcurrido en paz desde entonces, primero ejercí yo la medicina luego hemos conseguido que mi padre ampliara la gama de sus negocios y nos ha abierto un dispensario especializado en Nefrología. Ahí trabajamos los dos, somos felices, mis padres se han mayores, vivimos los cuatro en la misma casa. De vez en cuando vamos a visitar los cuatro a Gonzalo. Siente pena por no haber seguido viviendo con nosotros, intentamos no dar mucha importancia a esto, pero se siente acompañado. Cuando salga de la cárcel, somos su familia y lo esperaremos para acogerlo.

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