Los mirlos, en tiempo de cerezas, si los dejas, no dejan una. Yo, con mi escopeta de balines, pájaros pequeños no mataba, pero mirlos, urracas, palomas torcazas y otras aves que hacían un buen asado, daba buena cuenta de ellas.
Una tarde estaba bien agachado entre unos arbustos que había cerca del cerezo que tenía mi tía Asunción en una huerta amurallada, (había saltado el muro) esperando a que llegasen mis presas, e iba a llegar quien menos esperaba, Úrsula.
Úrsula tenía 22 años. Llevaba año y medio casada con mi primo Andrés, (era hijo de Asunción) y trabajaba de costurera. Era de estatura mediana, tirando a alta, rubia, de ojos azules. Siempre llevaba el cabello recogido en una larga trenza. Tenía tetas pequeñas y cuerpo delgadito. La apodaban Marisol, por su parecido con la que fuera niña prodigio.
Úrsula se puso detrás del cerezo, justo enfrente de mí. Cuando levantó la falda, se bajó las bragas y vi sus esbeltas piernas y su campo de trigo, pensé que iba a orinar, pero iba a hacer otra cosa, masturbarse.
Con su mano izquierda mantenía la falda levantada y con la derecha frotaba su coño peludo. Cerró los ojos, apoyó la espalda al cerezo y se siguió frotando. Al rato, bajó la cremallera que tenía a un lado la falda y esta le hizo compañía a sus bragas. Se levantó la camiseta y se acarició las tetas, eran redonditas como naranjas. Con la mano izquierda se magreó las tetas y con la derecha se frotó el coño… Poco después comenzó a gemir. Con un pie separó la falda y las bragas de su lado… Sentí el chapoteo de sus dedos dentro del coño.
-¡Clash clash…! -de su coño comenzó a salir flujo como cuando empieza a llover- ¡¡Clash clash…!! -salió mucho más flujo- ¡¡¡Clash clash…!!! -aquello ya era el diluvio. Se encogió, y dijo, en bajo:
-Me mueeero.
En mi vida había visto un orgasmo tan espectacular. Úrsula, con los ojos cerrados, se fue encogiendo hasta quedar sentada. Se retorcía de placer y no paraba de gemir. Yo tenía una erección brutal. Mi verga estaba más dura que el cañón de mi escopeta, pero esperé a que acabase, se vistiese y se fuese, después sí, después me hice una paja que al venirme el gusto la leche salió con más fuerza de mi polla de lo que salían los balines de mi escopeta.
Desde aquel día me propuse enredarla. Tenía un método que hasta aquel momento no me fallara. Escribía una carta con unos versos, le daba un duro a un niño pequeño para que se la diese a la mujer que quería camelar y le decía que se la diese sin revelar mi nombre. Sabía que después de leerla, la supuesta amada, le iba a dar otro duro para que le dijese quien le diera la carta, y como los niños son unos aprovechados, cantaban.
Os parecerá una memez, pero a mi me funcionó con solteras y con casadas. Del poema que le escribí no me acuerdo, pero todos iban más o menos así:
Perdona que sueñe contigo, hermosa.
yo, que no valgo ni para ver,
sí, sueño contigo, inalcanzable diosa,
sueño con poseer lo que no puedo tener.
Sueño con pintar en tu talle escultural
un paisaje con mi boca ávida de querer,
y beber de tu embrujador manantial.
cuando tu talle comience a desfallecer.
Perdona que sueñe, flor de las flores,
perdona que sueñe el gorrión como colibrí.
con tus labios dulces, acaramelados,
perdona por mojar mi mano pensando en tí.
Úrsula, había recibido la carta y sabía que se la escribiera yo. Estando sentado en el banco de piedra que había delante de mi casa, llegó ella, se sentó a mi lado, y en bajito me preguntó:
-¿Desde cuándo te haces pajas pensando en mí, Quique?
-¿Te dijo Toñito que escribí yo la carta?
-Dijo.
Aparenté estar enfadado.
-¡La madre qué lo parió!
-No me contestaste.
-Estoy enamorado de ti, Úrsula.
-Lo que estás es en la edad del pavo.
-Si amarte es estar en la edad del pavo, lo estoy.
-¿Qué sabrás tú que es el amor?
-Yo sólo sé que eres mi último pensamiento antes de quedarme a dormir y el primero al despertar.
-¿Pero qué te atrae tanto de mí, calavera?
-En este momento tus labios me atraen como el imán atrae al hierro.
Se alarmó.
-¡Ni se te ocurra besarme!
-No estoy tan loco como para querer robarte un beso. Me podrían ver y te quiero demasiado para arruinar tu vida.
-Esta te la voy a pasar, pero no se te ocurra mandarme otra carta. Si lo haces se lo diré a mi marido.
-No te la mandaré, pero lo que no podré hacer es dejar de pensar en ti.
-Y pajearte, claro.
-Sí, por la noche, por la mañana y alguna vez por las tardes. Es que si no lo hago me explotarían los huevos con tanta leche acumulada. Ahora mismo solo de hablar contigo ya estoy empalmado. Cuando te vayas me voy a hacer una paja como un mundo.
Úrsula, me miró para la entrepierna y no vio el bulto.
-¿Tan pequeñita la tienes?
-Si quieres verla no tienes más que levantarme la camiseta.
La curiosidad hizo presa en ella. Úrsula, miró para la entrada de corral, como no venía nadie, levantó mi camiseta, que la llevaba por fuera del pantalón, y vio la mitad de mi gorda y larga verga que salía del pantalón y que pegada al cuerpo me llegaba al ombligo. Sus ojos se abrieron como platos.
-¡Mi madriña, perro bicho!
Me volvió a bajar la camiseta. Le pregunté:
-¿Te gusta?
No me respondió a la pregunta.
-Me voy, me voy que tengo cosas que hacer.
Úrsula, se levantó y se fue, probablemente a hacerse un dedo que le dejaría los ojos al revés.
Una semana después, Úrsula, me abrió la puerta de su casa. Llevaba puesta una blusa blanca con los tres botones de arriba desabrochados, una falda negra que le daba por encima de las rodillas y calzaba unos zapatos negros de charol. Por primera vez la veía con el cabello suelto. ¡Estaba preciosa! Le dije:
-Vengo a que me tomes las medidas para el pantalón.
-Pasa.
Entré y cerró la puerta. Fuimos a la cocina. Encima de la mesa tenía un papel, un lápiz y la cinta métrica. Cogió la cinta y acercándose a mí, me dijo:
-La verdad es que sabiendo lo que sé de ti no me gusta que estemos a solas en mi casa, pero no me podía negar sin descubrirte.
-Gracias por no hacerlo. ¿Andrés sigue trabajando hasta las diez?
-Si, está trabajando a destajo.
-Sí…
Me calló. Sabía lo que le iba a decir.
-¡No!
Me midió la cintura y las caderas y anotó las medidas en el papel. Se agachó para medir de la entrepierna abajo. Su mano toco mi verga colgando y a media asta. Al ir bajando la cinta por ella, exclamó:
-¡19 centímetros!
-¿Son pocos para ti?
-Ni pocos ni muchos, para mí no son.
Siguió midiendo mi entrepierna… anotó y después midió la altura por fuera. Al levantarse la besé sin lengua. Reculó y se puso muy seria.
-No vuelvas a hacer eso o te cruzo la cara.
Me dio la espalda. La cogí por la cintura y acerqué mi polla a su culo.
-¿Echamos un polvo, Úrsula?
Se cabreó, pero comenzó a hablar muy bajito, como si tuviese miedo que la oyesen.
-A tu puta madre le vas a echar un polvo. Suéltame.
La besé en el cuello y le metí mano en las tetas.
-Estás como un tren.
-Cómo no me sueltes te vas a arrepentir de haber venido a mi casa.
Le di la vuelta, la besé y le metí la lengua en la boca, puso sus manos en mi pecho y me empujó. Me dio una hostia con la mano abierta que me puso la cara del revés. Colorada, desafiante, y casi susurrando me preguntó:
-¿Quieres más?
-¿Por qué hablas tan bajito?
-Sólo faltaba que nos oyese alguien al pasar por el camino.
La volví a besar y le volví a meter la lengua en la boca, me volvió a empujar. Me cayó otra hostia del otro lado que casi me deja tonto. Mi verga se puso aún más dura. Me preguntó:
-¿Voy a tener que arañarte?
La volví a besar, -ninguna de las veces me hizo la cobra- Esta vez, al acabar de besarla, estando pegada a ella y sintiendo mi verga latir en su vientre, me dijo:
-Si me besas otra vez te doy un rodillazo en los huevos.
Si me lo quisiera dar ya me lo hubiera dado. Me arrodillé. Le levanté la falda.
-Bájame la falda o te cae un rodillazo en la boca.
Le bajé las bragas.
-Te voy a dar un rodillazo que vas a sangrar por la nariz como un cerdo.
Amenazaba pero no daba ni reculaba. La cogí por las nalgas y le lamí el coño mojado.
-¿Qué haces, marrano?
-Visitar el paraíso.
Me tiró de los pelos con las dos manos, pero sin fuerza.
-Déjame o te arranco la cabellera.
Le lamí y le chupé el clítoris y le acaricié el ojete con un dedo.
-La puta que te parió. Eres un pervertido.
Úrsula, me dejó que le lamiera el coño y que acariciara su ojete unos diez segundos, después me dio un rodillazo sin fuerza en el pecho y me separó de ella. Mirándome desde las alturas, con las bragas en los tobillos, me dijo:
-Súbeme las bragas y bájame la falda o te pateo.
Cuando no lo había hecho ya no lo iba a hacer.
La cogí por la cintura y le volví a lamer el coño, esta vez unos quince segundos. Con otro rodillazo, aún con menos fuerza que antes, me volvió a separar de ella.
-¿Qué te dije, cochino?
-Es que está tan rica…
-Tienes suerte de que no te quiero hacer daño.
-Déjame comértela.
-Levántate y vete de mi casa.
Le metí la punta de la lengua dentro de la vagina. Abrió un poquitín las piernas.
-Pesado… -moví la lengua alrededor- Ooooh -gimió- Vas a hacer que me corra, cabrón.
Sus manos acariciaron mi cabello. Lamí su clítoris de abajo arriba.
-Joooder, que gusto.
Quise lamer su culo, pero no le llegaba. Úrsula, se dio la vuelta y me dijo:
-Nos corremos y te vas, ¿vale?
-Vale, si después de corrernos quieres que me vaya, me voy.
-De esto no se puede enterar nadie.
-Será nuestro secreto.
-Júralo.
-Yo no juro. Te lo prometo.
Úrsula, abrió las más piernas. Al lamerle y follarle el ojo del culo comenzó a gemir… Al rato le volví a comer el coño… Cuando sintió que se iba a correr, me dijo:
-Métemela.
Me levanté. La cogí en alto en peso, y la arrimé a la pared. Úrsula rodeó mi cuello con sus brazos y mi cuerpo con sus piernas. Se la clavé en el coño. Le entró muy apretada a pesar de estar chorreando… No tardé en oír el: ¡"Clash clash clash…!"
Sentí sus gemidos al lado de mi oreja, su cuerpo temblar pegado al mío, y el torrente de flujo bajar por mi polla, mojar mis huevos y caer al piso. Ahogué sus gemidos metiendo mi lengua e su boca y chupándole la suya.
Al acabar de gozar, se la quité, se puso en pie, me besó, y me dijo:
-¡Qué corrida, Quique, qué corrida!
-¿Quieres que me vaya?
-Aún no te corriste. Mereces una recompensa por matarme de gusto.
Me quitó la camisa. Yo a ella le quité la blusa. No llevaba sujetador. Vi sus tetas pequeñas y redondas, con grandes areolas y pezones diminutos como granos de arroz. Se las besé, se las acaricié, se las chupé y se las mamé. Le quité la falda, ella me quitó el pantalón y el calzoncillo. Mi verga quedó mirando hacia el techo.
-Ahora sé porque no me corro con Andrés.
También yo supe porque la pobre se tenía que dar placer a si misma.
-¿Tampoco te la come?
-Es muy tradicional.
-¿Ni te la mete por el culo?
-No.
-¿Entonces qué te hace?
-Se sube encima de mí, se corre y me deja con las ganas.
-Eso debe ser jodido.
-Lo es. A lo mejor por eso soy yo tan puta y tan fantasiosa.
-Tú no eres puta.
-Lo soy. Me acabo de correr por primera vez con un hombre y que yo sepa tú no eres mi marido.
-Por eso no eres una puta
-Sí que lo soy, y además tengo un lado oscuro.
-No me lo creo.
-Pues debías.
-En fin, si tú lo dices…
Me señaló una silla.
-Siéntate.
-Sí, cariño.
-Palabras dulces, no, no me digas palabras dulces que ya estoy media enamorada de ti y podría acabar coladita.
-¿Y qué tiene eso de malo?
-Que estoy casada y mi vida podría acabar siendo un infierno.
La besé y después, le dije:
-Vale, bonita, vale.
-¡Qué te acabo de decir!
-Pillado.
Me señaló otra vez la silla.
-Siéntate.
Me senté en una silla que había al lado de la pared, Úrsula, se arrodilló delante de mí, sacó mi verga, la cogió y le pasó la lengua, muy, muy despacito, desde la base hasta el glande, pasó la lengua por el meato y por la corona, después la metió en la boca, la chupó y la meneó, luego cogió la polla por la mitad y me lamió y chupó las pelotas, la soltó y fue lamiendo hasta el glande y lo volvió a chupar… Me masturbó a dos manos… Me la chupó sin manos metiendo casi toda la verga en la boca… Me la volvió a mamar acariciándome las pelotas, después volvió a chupar sólo el glande. Luego bajó lamiendo hasta tas pelotas y las chupó. Todo me lo hacía a cámara lenta… Llegó un momento en que no aguanté más. Gimiendo, me puse tenso, Úrsula, cambiando otra vez de opinión, me dijo:
-Dime que me quieres.
Me la meneó aprisa.
-Te quiero, cielo, te quiero.
-Dime que me adoras.
Apuró aún más y la metió en la boca.
-Te adoro, vida mía, te adoro.
-Dime que soy tu diosa.
La volvió a menear con rapidez y la mamó.
-Eres mi diosa, eres mi religión, eres la más bella de las mujeres.
Con los ojos cerrados, sin avisar, solté mi primer chorro de leche en su boca. Después de tragar, me dijo:
-Dámela mirándome a los ojos. Quiero ver tu cara mientras te corres.
La miré a los ojos mientras chupó mi verga y se tragó hasta la última gota.
Al acabar de correrme con aquella espectacular mamada, me dijo:
-Me gustó ver cómo te corrías y beber tu leche. Fue algo delicioso.
-¡Tú sí que eres deliciosa, preciosa! ¡Eres increíble! ¡Eres la mujer más sensual con la que me he encontrado y que probablemente encontraré!
Estaba orgullosa de lo bien que lo había hecho.
-¿Fue mejor que en tus fantasías?
-Mucho mejor, no hay comparación.
-¿Nos corremos otra vez?
-Corremos.
Me la volvió a chupar, despacito, hasta ponerla dura, después se sentó sobre mi verga. Me besó en los labios con lengua mientras me follaba moviendo el culo hacia delante y hacia atrás. Yo le acariciaba la espalda… le mamaba las tetas y le apretaba las nalgas… Cachonda a más no poder, sacó la verga del coño, la puso en el ojete, y me dijo:
-Dame cachetes fuertes en el culo.
La azoté mientras iba metiendo mi puntiaguda verga en su culo centímetro a centímetro.
-¡¡¡Plas plas, plas…!!!
Al tenerla toda dentro, gimiendo, me folló con su culo, lentamente al principio, y cada vez más aprisa después. Yo, azotándole las nalgas, le ayudaba a follarme empujando con mi verga. Repentinamente, se puso tensa, chupó mi lengua con fuerza. Su culo apretó mi verga. Sentí como un diluvio empapaba mi polla y mis pelotas… Úrsula, dejó de comerme la lengua y, temblando, quedó como muerta, con sus brazos alrededor de mi cuello y su cabeza sobre mi hombro derecho. Quise aguantar pero no pude. Me corrí dentro de su culo. Al acabar de correrme, como no despertaba, me levanté, le saqué la verga del culo, la llevé a su habitación y le acosté en la cama. Salí de la habitación y vi que en el suelo había una mancha hecha con la leche que saliera al quitarle la verga del culo, un charco de jugo junto a la pared y otro en la silla. Cogí un paño en la cocina, los limpié y después eché el trapo en el fogón de la cocina de hierro. Empezaba a vestirme cuando sentí la voz de Úrsula.
-¿Sigues ahí, campeón?
-Si.
-Ven.
Fui a la habitación. Estiró los brazos hacia mí, y me dijo:
-Ven, amor mío.
Fui a su lado y me dio un beso con lengua, largo, muy largo. Al separar sus labios de los míos mi verga estaba otra vez dura como una piedra.
-Me gustaría subir encima de ti y sentir como me llenas el coño de leche una, y otra, y otra, y otra vez.
-¿Y si quedas preñada?
-Es lo que quiero. Un hijo del amor. A mi marido no lo quiero.
Ya me lo habían pedido, pero la que me lo pidió estaba a punto de correrse y con el calentón no sabía lo que decía. Úrsula se enamorara de mí y aquello se complicaba. Me sentí como un perfecto hijo de puta, pero no era el momento de romperle la ilusión.
-Siete veces me voy a correr dentro de ti si eso es lo que quieres.
-Quiero.
Úrsula subió encima de mí y me cabalgó con la misma lentitud que me la había mamado. Con esa misma lentitud le chupé las tetas cada vez que me las puso en la boca. Su coño ya empapaba mis pelotas, cuando me dijo:
-Méteme un dedo en el culo.
Le follé el culo con el dedo medio de mi mano derecha. Úrsula, era de orgasmo fácil, y antes de cinco minutos me dijo:
-Me voy a correr, córrete conmigo, corazón.
Cuando empezó a correrse su coño chorreaba. Como me apretaba las nalgas contra ella no pude sacarla. Me corrí dentro. Úrsula, al sentir mi leche dentro de ella me clavó las uñas en el culo y me comió a besos. Esta vez no perdió el conocimiento. Acabó de correrse y volvió a follarme, pero esta vez a toda pastilla. Su culo iba de atrás hacia delante a toda mecha. En unos tres o cuatro minutos se volvió a correr torrencialmente y le volví a llenar el coño de leche.
Con la cama hecha un desastre y el colchón para tirar. Descansando boca arriba y después de limpiarnos, Úrsula, me preguntó:
-¿Dejarás de quererme algún día?
-Esas cosas no se saben.
-Si conocieses mi lado más oscuro probablemente dejarías de quererme.
-No creo. Quiero conocerlo.
-Nunca se lo mostré a nadie. Sólo en mis fantasías me doy placer con él.
-Quiero conocer tus fantasías y…
-Mira que mis fantasías son muy guarras…
-Mejor.
-Cierra la puerta.
Cerré la puerta de la habitación. Como estaba al final de la casa, aunque hiciéramos ruido no se oiría fuera. Volví a la cama. Úrsula se puso de lado, cogió mi polla y empezó a menearla.
-Te voy a pegar y te voy a poner a parir…
Me chupó la polla.
-¿Y qué más?
-¿Estás dispuesto a ser mi esclavo?
La verga se me puso dura en su mano.
-Lo estoy deseando.
Volvió a subir encima de mi, me puso el culo en la boca y se transformó.
-¡Clávame la lengua en el culo, perro!
Le metí la punta de la lengua en el ano. Úrsula me la folló con su culo.
-¡Muévela alrededor, inútil!
Me dio dos cachetes en la cara e hice lo que me mandó.
-¡¿A qué esperas para magrear mis tetas y darle cachetes, vago?!
Con mi lengua follando su culo, magreando sus tetas y dándole cachetes en ellas, me dijo:
-¡Aprieta mis pezones, cabrón!
Estaba desatada. Me volvió a abofetear, ahora con más fuerza.
Le apreté los pezones con mis dedos. Le tenía que doler pero lo que hacía era gemir de placer. Me puso el coño en la boca, y me dijo:
-¡Echa la lengua fuera, siervo!
Eché la lengua fuera y la metió dentro de su vagina, después movió el culo alrededor, hacia los lados y de delante hacía atrás. Sus gemidos me estaban poniendo como una moto. Mi polla dura como el acero estaba más sola que la una. Quise menearla y me dio otros dos bofetones.
-¡Tus manos son sólo para mí, pajillero!
-Es que…
-¡Calla o te meo en la boca, cabrito!
-Mea…
Me amenazó.
-¡No me tientes que lo hago!
La reté.
-Cobarde.
Se rajó, y se rajó porque en aquel momento no tenía ganas de orinar. ¡Si lo sabré yo!
Me volvió a callar poniéndome el coño en la boca.
-¡Lame, desgraciado!
No me dejaba ni lamer, enterraba mi lengua en su ano y en su coño, que ya chorreaba.
-¿Te gustaría darme por culo, maricón?
Me puso el culo en la cara y no me dejó hablar, ni hablar ni respirar, menos mal que lo quitó enseguida y lo llevó a la altura de la verga. La puso en la entrada del ojete, y me dijo:
-¡Métela de un golpe, mamón!
El ano ya lo tenía engrasado con mi saliva. El ojete se abría y se cerraba sintiendo la cabeza de mi polla sobre él. Se la clavé de un golpe de riñón. Úrsula, exclamó:
-¡Me has roto el culo, animal!
Le había entrado con tanta facilidad que lo de la rotura era comedia. Le comencé a follar el culo con suavidad.
-¡¿Disfrutas, mariconazo?!
-¿Y tú?
Me volvió a abofetear y después me puso la teta derecha en la boca.
-¡Come y calla, cagarruta!
Le comí las dos tetas.
-¡Muérdeme los pezones, hijo puta!
Se los mordí con ganas. ¡Le encantaba sentir dolor!
-¡Hooostias! ¡Qué bien lo haces, lobo!! ¡Me voy a correr como una perra!
Su coño ya hacía tiempo que echaba por fuera. Comenzó a follarme a toda hostia. Poco después, se le acabaron las dotes de actriz, al decir:
-¡Me cooorro!
Otra vez desbordó en cascada, encharcándolo todo, y otra vez se desmayó. No sé qué le pasaba que al tener un orgasmo anal se me iba.
Le quité la polla del culo, se la metí en el coño, le di la vuelta y la desperté a vergazo limpio. Al abrir los ojos, le pregunté:
-¿Quieres que te vuelva a llenar el coño?
-Llena, y mírame a los ojos cuando te corras.
Le di caña fina. Unos minutos más tarde se corrió otra vez desbordando como un río. Se estaba corriendo cuando me empecé a correr yo. Le dije:
-Mira como me corro.
Úrsula, no me miró. Estaba volando por su mundo de fantasía.
Vivimos una aventura que duró tres meses. Cuando su marido acertó una quiniela de fútbol de catorce, cortó conmigo. No me quería tanto como decía. Suerte tuvo de no quedar preñada.
Se agradecen los comentarios buenos y malos.
Quique.