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Emputecimiento (II): Lunes por la mañana
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Aquí estoy como un quinceañero, a primera hora, esperando que Pedro y Magda no hayan cambiado de opinión. No me gusta mucho venir tan pronto. A estas horas, bañado por la luz blanca de las bombillas el local parece aún más sórdido. Paca ha terminado de limpiar y Olga está, como siempre, revolviendo las botellas y pensando en lo que necesita.

Al final, el viernes de madrugada, me fui con ella a su casa a descargar el calentón que la tal Magda me había provocado, y entre “col y col” la estuve aleccionando bien. Espero que colabore, realmente esta Magda me está resultando interesante.

– Olga, estoy en la oficina, avísame cuando llegue Magda.

– Tranquilo Jefe -me contesta desde detrás de la barra-.

A las seis y media, puntual, la oigo entrar. Uso mi particular “despacho” para observarla sin ser visto. Trae el mismo abrigo de paño de lana con el que vino acompañada de su maromo, oscuro y largo por encima de los tobillos. Al verla con él no puedo dejar de pensar en lo que llevará puesto debajo, je, je, je. ¡Soy un romántico! lo sé. La misma melena de cabello negro azabache, liso y lacio que le cae sobre los hombros. Sola no parece tan tímida como el viernes. Habla con Olga, que la conduce inmediatamente al reservado tal y como le había pedido en su casa y al momento viene a informarme.

– Ahí está la cordera -me suelta Olga entre displicente y borde-.

Cuando entro al reservado, Magda me está esperando de pie, junto a los pies de la cama. Olga ni siquiera le ha dicho que se quite el abrigo, ¡Menos mal!, je, je, je…

– Hola Magda, me alegra verte por aquí, anda, quítate el abrigo. -A continuación me dirijo a Olga con tono severo- Toma el abrigo y cuélgalo donde pones tus cosas. ¿Cómo estas Magda? -Le pregunto a mi nueva putita volviendo la mirada hacia ella, en tono relajado, como para romper el hielo-.

– Bien, Señor, gracias. Aquí traigo lo que me pidió -me responde Magda aparentemente tranquila y segura.

– Olga, Pon esta fotocopia en mi oficina. Y no me molestes para nada en un rato.

– Si, Jefe -vuelve a responderme en su habitual tonillo entre jocoso y despectivo.

¡Magda esta estupenda! Ha seguido mis indicaciones. Falda, negra, justo por debajo de la rodilla, con un poco de vuelo, abrochada a un lado, dejando entrever una abertura que seguramente mostrara algo del muslo al moverse. Ahora esta quieta, no me mira directamente, pero tampoco baja la vista como hacía en su primera visita. La blusa, naranja fuerte, con el escote plegado en pico, deja ver discretamente el “canalillo” Remata el vestuario un colgante a juego con los pendientes que parecen de plata pulida o acero, a medio camino entre juvenil y formal. La verdad es que el conjunto esta conseguido, provocativo, pero sin resultar de putón verbenero.

Dudo entre sentarme a los pies de la cama o en el incómodo silloncito. Realmente no esperaba que se mantuviera tan segura de sí misma. Elijo el sillón.

– Desnúdate, Magda -le suelto como por sorpresa y de sopetón, mirándola fijamente a la cara con la intención de captar su reacción.

Espero que mi voz haya sonado lo bastante firme y severa. Quiero marcar terreno desde el primer momento, muchas son las que se creen que por tener dos buenas tetas y un coño bien enseñado van a poder hacer que uno coma en la palma de sus manos. Sin titubear, comienza a desabrochar la cinturilla de la falda.

– ¡No!, Magda -le suelto seco y severo y tras una leve pausa para que el tono haga el efecto deseado, prosigo-, primero la blusa -ahora relajado y casi dulce.

En este momento sí ha dudado. La blusa no tiene botones, como le sugerí, pero se la saca fácilmente por la cabeza. Resulta todo un espectáculo ver como sus grandes tetas se suben hacia arriba arrastradas por la blusa, al tiempo que liberadas de ella caen a plomo rebotando en su pecho. Tiene el buen sentido de dejar caer al suelo la blusa, la muy jodida sabe lo que se hace y no puedo dejar de pensar en los estriptis que debe regalarle a su marido cada vez que este se la folla. El sujetador es blanco, en eso tampoco me ha hecho caso, pero me alegro, el contraste con la falda negra y la melena azabache enmarcan sus pechos de forma espectacular.

Estoy convencido de que la muy puta ha notado que me gusta, las mujeres tienen un sexto sentido para estas cosas y yo estoy que reviento. Tan solo hemos cruzado la mirada un par de veces, pero han sido suficientes para poner a cada cual en su lugar, yo en el de quien debe ser atendido y ella en el de quien se sabe entregada

Al llevar las manos atrás para soltar el sujetador, su busto se proyecta hacia delante. Las tetas tienen el tamaño justo, un poco caídas eso sí, pero tremendamente hermosas aún. Su piel es clara, más blanca que la del cuello y los hombros, tan tersa y fina como la seda. Las areolas grandes y más oscuras, casi violáceas. Los pezones pequeños y ahora completamente erguidos, casi trempados, me hacen pensar en que la muy guarra debe estar disfrutando.

– Tócate los pezones -vuelvo a ordenarle en el mismo tono seco y severo.

No duda la muy jodida y al instante las palmas de sus manos giran en círculos sobre las tetas, acariciándolas suavemente, casi con ternura. Ella no me mira, pero tampoco baja la vista. Me gusta. Sin embargo sé que puede dar mucho más de sí y estoy dispuesto a exprimirla como a las naranjas.

– ¿Eso es todo lo que sabes hacer? Magda -le suelto entre severo y defraudado-. ¡Vamos, espabila!, aprieta tus pechos el uno contra el otro -ella obedece-, moja tus pezones con la punta de la lengua hasta que queden brillantes y duros como piedras…

La muy guarra no tarda en cogerle el tranquillo al asunto, se nota que ha practicado con anterioridad y el magreo de pechos que me regala me pone a cien. Lo acompaña con poses insinuantes y miradas lascivas de lujuria desenfrenada. Seguro que el tal Pedro, su marido, se ha debido cascar buenas pajas viéndola en acción.

– La falda, Magda -le insinuó cuando creo terminado el voluptuoso espectáculo de sus pechos.

¡Magnifico!, sin el menor asomo de duda ante mis órdenes, las manos vuelan a la cinturilla. Los pezones están aún más tiesos, si cabe, parece que me estén mirando. Se toma su tiempo y despacio, muy despacio, desabrocha su falda entre miradas, caricias y evidentes insinuaciones. Cada vez que le miro a la cara, baja su mirada, dulcemente, sumisa y dispuesta, con la boca ligeramente entreabierta, mostrando una dentadura perfecta de blancos dientes esmeradamente dispuestos y una boca húmeda y caliente. Es plenamente consciente de que la excitación no radica tanto en lo que se enseña como en de qué manera se enseña. Por fin cae la falda sobre los pies. Permanece entonces inmóvil, sin intención alguna de quitarse las bragas, blancas, sencillas y del tamaño justo, lo suficientemente grandes para tapar aquello por lo que uno desespera y lo suficientemente pequeñas para insinuarlo incitando a descubrirlo.

– ¿A qué esperas, Magda? -le pregunto ansioso.

– Disculpe, Señor -contesta con voz dulce y suave totalmente consciente de por dónde va mi pregunta.

Desliza lentamente sus manos por su cuerpo, hasta que los pulgares alcanzan la goma que mantiene las bragas sujetas a la cintura. Los introduce con suavidad entre la tira elástica y la piel y tirando de ella hacia afuera, simultáneamente por ambos lados, comienza a quitárselas. Al igual que con la falda, lo hace muy lentamente, en suaves movimientos descendentes que va alternando de derecha a izquierda. Al bajarse las bragas, se gira ligeramente, mostrando un escorzo magnifico. Para que las bragas alcancen las rodillas no puede dejar de doblarse por la cintura. Tiene las piernas cruzadas y la postura hace que muestre en todo su esplendor un culo respingón, de generosos y redondeados cachetes. La visión de su chocho depilado, con los labios semiabiertos y completamente a la vista por la postura justo a tocar a su ano, prieto y cerrado es verdaderamente espectacular. Por fin consigue bajarlas hasta las rodillas desde donde las deja caer sin alterar la postura. Esta estupenda. Nada que ver con el nerviosismo de algunas ni con la falsa seguridad de otras. Esta aquí y a la vez “no está”. Es todo un reto esta Magda y pocas cosas me motivan más que un buen desafío.

– Acércate Magda, quiero tenerte más cerca -le digo maravillado ante el deslumbrante paisaje que se muestra ante mis ojos-. ¡Quiero tocarte! -añado en un todo que no deja lugar a la réplica.

Ahora viene lo de siempre, me muero por tocarla suavemente, acariciarla con dulzura, pero en lugar de eso la manoseo burdamente, como quien comprueba un saco de patatas. Quiero provocar con ello su humillación, doblegar su espíritu, que se sienta carne de puta, mientras desde abajo le miro a la cara intentando escudriñar sus sentimientos. Ella se mantiene casi inalterable, apenas pequeños espasmos la recorren cuando le rozo el coño. Está bien depilada y para mi sorpresa lleva anillada la pipa. No es la primera vez que veo un clítoris atravesado por un pircing, pero no sé porque no me lo esperaba en ella. Seguro que se lo habrá exigido el cabrón de su marido como símbolo de pertenencia, o al menos eso es lo habitual en círculos sadomasoquistas. Es un placer mirarla, tengo el coño a la altura de la cara y está húmedo, rezumando jugos. No, si al final esta Magda va a resultar toda una salida. Con gusto lo acercaría y acercaría mi cara para sentir su olor y su sabor, pero haciendo de tripas corazón, saco fuerzas de donde no pensaba que las tenía y me mantengo firme en mi papel, indiferente y distante.

Introduzco entonces mi dedo anular entre sus labios. Magda se sobresalta, tanto por lo inesperado de mi gesto como por la violentación que conlleva de su parte más íntima. La miro directamente a los ojos, exigente y resuelto y cuando parece que cede en su intento de retirada, lo saco y se lo clavo más violentamente, más profundo, todo lo que puedo. Nuevo sobresalto seguido de una nueva introducción, hasta que a la tercera o cuarta penetración, se abandona por completo y relajada, recibe mi dedo sin el menor atisbo de repliegue. Introduzco entonces, también, mi dedo índice, y me la follo con ambos mientras con el pulgar aprovecho para pajear su clítoris. Por los chorros que rezuma su chocho es evidente que está disfrutando como una perra, pero quiero averiguar hasta donde es capaz de sujetar su orgasmo. En el día a día se la follaran muchos tíos y una puta corrida es una puta vacía.

La masturbo durante un par de minutos, hasta que convencido de que es capaz de contenerse lo suficiente, saco los dedos de su coño.

– ¡Agáchate zorra! -le suelto ya sin reparo alguno, total, una vez palpado el interior de su coño, para que disimulos.

En cuando pone su rostro a la altura de mi mano le introduzco los dedos, totalmente mojados por los jugos de su coño dentro de su boca. Me esperaba algún reparo, pero para mi sorpresa, Magda sabía perfectamente lo que esperaba que hiciera y adelantándose a mis órdenes, es ella misma la que se los introduce en la baca, jugando con ellos con su lengua mientras sorbe y succiona.

– Ven, arrodíllate entre mis piernas -le digo con los dedos aun metidos en su boca-. ¡Chúpamela!

Magda me obedece sin dudar, realmente está bien domada. No puedo por menos que admirar el buen trabajo que ha hecho Pedro, mal que me pese, en verdad está magnífica en su papel de puta sumisa. Se arrodilla ante mi bragueta y con la cabeza levemente inclinada hacia adelante, solo veo su pelo negro cayendo sobre sus hombros y cubriendo sus tetas. Con habilidad abre la bragueta y sin liarse excesivamente, saca mi polla, que, como comprenderéis, ya está bastante a punto. Estos preámbulos me han puesto a cien, pero tengo que seguir en mi papel de “duro”. En cuanto se la mete en la boca, una pequeña bofetada, más de advertencia que dolorosa. Se sorprende y me mira.

– Señor… -me dice sorprendida a la espera de algún tipo de explicación-.

– ¿No te ha dicho Olga que siempre con condón?, Magda -le explico entonces comprensivo y protector.

– Disculpe mi torpeza, Señor -intenta justificarse-, pensé que usted no querría.

– Siempre, Magda, es siempre -intentando aleccionarla-. Toma, pónmelo. ¿Sabes hacerlo con la boca? ¿No?

– No Señor -responde para mi sorpresa.

Vista su soltura hasta aquí, solo hay una explicación para tal circunstancia: que el hijo puta del que pretende ser su AMO, se complazca en que trague leche y se la preñen al follarla. Hoy en día y gracias a Dios, con las pastillas no hay riesgos de embarazo, pero eso no quita que se puedan pillar un sinfín de venéreas.

– Pues dile a Olga que te enseñe -le ordeno severo-. Hazlo ahora como sepas. Y ten condones siempre a mano. ¡No te olvides!

– Sí Señor -responde avergonzada y también algo agradecida-, perdóneme nuevamente.

– Ahora, ¡Chúpamela! -le ordeno con brusquedad y sin reparos ni miramientos-. Quiero ver como lo haces. A una buena puta se la conoce por su boca, no por su coño -justificando mi comportamiento-. Y ya sabes, fuera las manos, usa solo la boca.

¡Es muy buena! La de trancas que se habrá tragado la muy guarra. La técnica es perfecta pero el maldito condón no me deja disfrutarlo al límite. He tenido que hacer el paripé. No quiero que pille nada estando en mi casa, que estas cosas corren como la pólvora. Tiene una boca suave y sabe cómo emplear la lengua y los dientes, claro que las “circunstancias” también ayudan. Empuja mi prepucio hacia atrás, descapullándolo con sus suaves labios de seda, mientras lo abraza por completo. A continuación, lo libera y frota con su lengua mi frenillo, de la punta hacia su base, intentando llegar lo más abajo posible del tronco. Inevitablemente mi capullo vuelve a introducirse por completo en su boca, llega un punto en el que la punta de la polla choca contra su paladar. Puedo sentir la humedad y calidez de su boca, mientras su respiración acaricia dulcemente mi capullo. Al sentir el contacto de mi tranca con su paladar comienza a tragársela hasta que choca con la campanilla, Lo hace restregando literalmente mi capullo contra su paladar mientras por debajo, su lengua lametea el tronco aquí y allá. El roce me pone frenético y los toques de lengua añaden un punto de “sal” a la mamada. Por fin, y tras un breve esfuerzo, consigue que mi capullo traspase su campanilla encajándose a presión en el interior de su garganta. ¡Joder con la puta! ¡Cómo mama! Parece que le vaya la vida en ello…

Antes de llegar al punto de “no retorno” y empleando todo el autocontrol del que dispongo, la aparto. Ella me mira extrañada, esperando seguramente que me vaciara en su boca.

– Túmbate en la cama -le ordeno mientras trato de recuperar el aliento-, boca arriba.

Obedece y me acerco a ella. Una nueva bofetada, esta vez y por ser la segunda, algo más pesada y humillante. Por un momento sus ojos me miran brillantes, apreciándose en ellos un leve atisbo de rebeldía, pero su entrenamiento la vence y casi al instante apaga la mirada. Parece mentira, pero este simple acto de sumisión y entrega me ha puesto más cachondo que todo lo anterior. Empiezo a envidiar a Pedro.

– ¿Señor? -reacciona ella asombrada y confusa.

– ¿Te dijo Olga algo sobre la cama? -respondo como a quien se le está acabando la paciencia-.

– ¡Oh…! Sí, disculpe Señor, me dijo que usara siempre un juego de sabanas de papel -reacciona ella como quitándole importancia a su falta.

– Ahí, tienes -le digo mostrándole el lugar donde se guardan-. Asegúrate de que la bolsa de plástico esta entera antes de abrirla tú. Si está rota o abierta coge otra. No te eches nunca sobre la cama sin poner tu misma un juego limpio. Hay también un cubre almohada y una toalla de papel. ¡Úsala con el cliente! -le ordeno tajante y sin dar lugar a excepción alguna.

– Comprendo, Señor -me responde claramente avergonzada.

– Ahora puedes levantarte -le ordeno distante y despreocupado-. ¡Vístete!

Evidentemente, uno no es de piedra y en mi estado de excitación follármela es lo que me pide el cuerpo, pero también sé, que de hacerlo, no podría dar marcha atrás y mi excitación delatarían mi necesidad sexual hacía ella. Ya sabemos que si una mujer te quiere tener pillado por los huevos, nada mejor que conseguir hacerte beber los vientos de su coño. Magda me interesa, no tanto de puta como de sumisa y en este sentido, perder el menor ápice de autoridad sería fatal para mis deseos. No me queda otra que reprimirme ahora y volver esta noche a casa de Olga para descargar de nuevo.

– ¿Señor?, ¿Hice algo mal? -pregunta la puta sorprendida.

– No, simplemente ¡Ya está! -le respondo mostrando entereza y desdén-. ¿Creíste que quería follarte? Je, je, je… Pues aún no. Simplemente quería que conocieras esto. ¡Mira!, ¿Ves aquel cuadro de la mujer desnuda?, Al lado hay una mirilla -añado como si estuviera desvelando el gran secreto-. Desde ahí puedo ver toda la habitación. Estate tranquila, no miraré como te follan. Si tienes algún problema aprieta este botón junto a la mesilla. ¡Hazlo! -le ordeno tajante-.

– ¿Ves? -le digo indicando con la mirada la dirección en la que se encuentra la lucecilla que se acaba de prender-. Se enciende la luz y otra en mi oficina. Y junto a la registradora de Olga también. Enseguida te ayudaremos.

Y ahora, ¡Venga!, ¡A trabajar!, ¡Vamos! Que se hace tarde ya -le apremio dando por zanjada la inspección-. Pregúntale a Olga lo que no sepas. Y ¡Cuidado con las chicas! Vete despacio hoy y fíjate en las otras.

FIN

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