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Mi vecino, un cumple y unas pizzas
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Tiempo de lectura: 7 minutos

A eso de las 6.30 suena el despertador de mi marido. A las 7 lo hace el mío. A esa hora empieza mi día.

Ducha, levantar niños, preparar desayunos, desayunar, vestir niños, llevarlos al colegio, limpiar la casa, hacer almuerzo, recoger niños, llevar niños a extraescolares, recogerlos, hacerles la merienda, ir al súper, bañarlos, preparar la cena, besar a mi marido cuando vuelve, cenar, y dormir.

Ese es mi día a día. Jalonado con algún polvo algún sábado.

Llevo años así. Pero no me molesta. O eso creo. Al final una se acostumbra a todo.

Somos de un pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, pero por el trabajo de mi marido nos hemos trasladado a una localidad de la zona metropolitana. Está cerca de Sevilla y el alquiler es más bajo.

No conozco a nadie, más allá de los vecinos de las dos puertas que están junto a mi casa. Un par de familias jóvenes con niños más pequeños que los míos.

No sé si era feliz o no antes de que todo sucediera. No lo sé. No me paraba a pensarlo. Estoy enamorada de mi marido? Creo que si. A mis 38 años es difícil escapar de lo que te han enseñado, de lo que te han dicho siempre que era lo bueno. Desde pequeña, en un pueblo como en el que me había criado, lo bueno era hacerle la comida al marido, plancharle la camisa y abrir bien las piernas para el polvo de la semana, simular el orgasmo y a dormir.

Pero hubo un día en que…

Se había acabado la leche en casa. Mierda. Y tenía el coche en el taller porque, como era su costumbre, fallaba en el sistema eléctrico. Cogí un sudadera, me puse un vaquero y unas zapatillas y fui al Carrefour. Compré la leche y, ya que estaba allí, un par de tonterías más. Me fui a la cola. Y ahí estaba buscando en mi cartera la maldita tarjeta Pass del Carrefour cuando alguien me dijo

-Hola

Me giré y era uno de mis vecinos. Es un chico de unos 28 años, creo. Lo que supone diez años menos que yo. Gafas de pasta negra. Algo de flequillo, aunque también algo de claridad en la coronilla. De mi misma estatura. Con un par de kilos de más. Y con unos ojos oscuros hipnóticos.

– Qué? También con problemas en la nevera no? – me dijo sonriendo

-Sí, ya ves. Siempre falta algo con los niños.

– Jajaja siempre!

Llegó mi turno para pagar, así que me despedí y fui a pagar. No había encontrado la tarjeta así que pague en efectivo.

Cuando terminé mi dirigí a la escalera mecánica que da acceso al parking. Cuando casi había llegado, recordé que había ido caminando, que el coche esperaba en el taller. Así que me giré de nuevo hacia la otra puerta. Mi vecino venía caminando y cuando me vio volver sobre mis pasos me habló:

-Se te ha olvidado algo?

-Si jaja que tengo el coche en el taller y vengo andando. Por la costumbre, he tirado para acá pero…

-Vente, yo te acerco a casa.

No podía decirle que no. Así que con una sonrisa acepté. Era un SUV de estos modernos, con sus sillitas de los niños detrás. Olía a limpio de forma increíble el interior, poco parecido al mío, desde luego.

Llegamos a nuestro edificio y me despedí agradeciéndole el que me hubiera ahorrado el paseo.

Fue un encuentro tonto verdad? Nada del otro mundo. Un encuentro de esos ocurre miles de veces al día. Sin embargo a partir de ahí empecé a sentir algo raro.

No sé describirlo, pero a partir de ahí deseaba a mi vecino. No sé, en serio, la causa. Pero tras eso cuando lo veía tomando café, saliendo de su casa, cuando lo veía al tirar la basura, en las reuniones de vecinos… lo buscaba. Incluso cuando veía a su esposa o hablaba con ella en la calle la envidiaba. Me imaginaba lo que sentiría ella al follar con él.

No lo había hecho durante años. Pero volví a masturbarme. Y casi siempre pensando en mi vecino. Me gusta sobre todo cuando estoy en casa y oigo la ducha de la casa de ellos, que cae junto a mi baño también. Cuando oigo correr el agua de su ducha, me gusta imaginarme que es él duchándose. Imagina el agua correr por su cuerpo, lo imagino a él enjabonándose, imagino su polla mojada moviéndose por sus movimientos… y termino desnudándome, metiéndome en mi propia ducha y, con la cabeza apoyada sobre los azulejos de mi pared, masturbándome de forma incontrolada. Es superior a mí.

Alguna vez me he masturbado también mirándolo por la ventana, guarecida yo tras la persiana. Él estaba hablando con otra persona en la calle, en la acera de enfrente de nuestras casas. Y allí estaba yo tras las persianas. Mis piernas levemente separadas, algo agachada, los pantalones del pijama en los tobillos y mis dedos entrando y saliendo de mi coño. Un coño húmedo, chorreante, palpitante.

Mi vecino no era mi tipo. Yo siempre había dicho que me gustaban los rubios altos y fuertes. Lo típico. Y yo, además, no era la típica mujer que hacía cornudo a su marido. Ya digo que lo quiero. Pero luego veía a mi vecino y me entraba un calor que…

Empecé a esforzarme por cruzarme con él cada día con cualquier excusa. E incluso alguna vez, seguramente de forma torpe, le dije que a ver si tomábamos un café y tal en casa. El resultado de eso fue verme un día con él y con la mujer tomando ese café. O se había hecho el tonto o yo no había sido clara.

Recuerdo, curiosamente, que ese día cuando llegaron a mi casa, se me cruzó por la mente la posibilidad de que me propusieran hacer un trío. Me imagine a cuatro patas entre los dos, comiéndole la polla a él mientras ella me comía el coño. Nunca me han gustado las mujeres, aunque creo que podría hacerlo con una. Y ese trio me llamaba la atención. Me veía en el sofá los tres enredados, comiendo y siendo comidos… Mojé algo las bragas. Pero nada de eso pasó. Tomamos el café hablando de gilipollez y poco más.

En abril era el cumple de uno de sus hijos. Nos invitaron. La fiesta sería en un local cercano, ya que pondrían juegos para los niños y tal.

Aceptamos ir, claro. Yo quería llamar su atención así que me arreglé a conciencia. Unos tacones color carne, unas medias del mismo color, y un vestido marfil. El vestido tenía su parte superior de encaje.

Allí nos fuimos. Estuvimos tomando algo. Unas cervezas y unas tapas mientras los niños y niñas se lo pasaban en grande. Nosotros no conocíamos a mucha gente, como os he dicho, así que nuestra conversación fue casi en exclusiva con ellos. Tras la tarta y unas copas la gente empezó a irse. Nosotros aguantamos ya que en una tele enorme estaba viendo mi marido, con otros hombres, un partido de fútbol. Yo me quedé hablando con las tres mujeres que quedaban: la madre del niño y dos amigas suyas. A ver si así conocía a más gente.

Al final decidimos, viendo que la hora avanzaba, cenar allí. Los niños querían pizza. Así que decidimos pedir pizza. El fútbol había terminado y los hombres estaban ya allí de nuevo, ya con un puntito bien dado, la verdad.

-Oye, cariño -dijo el vecino dirigiéndose a la mujer– nosotros en casa tenemos por lo menos 4 pizzas. Las podemos hacer en nuestro horno y traerlas. Que al final a nosotros nos van a caducar.

– Ah pues mira, no es mala idea -contestó ella – os parece bien?

Todos dijimos que si.

-Nosotros también tenemos alguna en la nevera -dijo mi marido – verdad cariño?

-Si, si. Creo que hay dos de barbacoa, así que las podemos coger también.

-Genial, entonces. Pues si queréis me acerco, las caliento y las traigo.

-Te acompaño y te doy las nuestras -dije, temiendo que mi marido se ofreciese él. Pero no lo hizo. Parece que venía ahora otro partido en la tele. Mi suerte parecía que me acompañaba de verdad.

Fuimos en el suv al edificio. Yo me senté subiendo más de lo necesario la falda del vestido, marcando muslo. Me vecino lo vio. Si o sí.

Cuando llegamos él se fue a su casa y yo a la mía por las pizzas. Las calentaríamos todas en su horno. Y hablando de calentar: a mí me tenía ya bien caliente. Veía allí mi oportunidad.

Y no pensaba dejarla escapar.

Luego de coger las dos pizzas de mi casa, llamé a su timbre y me abrió. Su casa tenía el mismo problema que la mía: el desorden producto de los niños. Nos fuimos a la cocina. El horno era grande y ya se calentaban tres de sus pizzas. Me ofreció una cerveza de la nevera que acepté.

-Tengo ahí unas cajas de pizza vacías de un amigo que tiene una pizzería. Por eso he dicho de hacer esto. Las metemos ahí y listo.

Yo sorbía mi cerveza y le decía que sí.

Terminó el primer lote de pizzas. Las sacamos y las metimos en las cajas. Y metimos las siguientes pizzas.

Él se había manchado la mano con la salsa de tomate y fue en busca de una servilleta para limpiarse. No perdí la ocasión. Lo agarré y me llevé su mano manchada a mi boca, quitándole con mi lengua los restos del tomate de la mano.

A continuación todo lo que pasó fue rápido. Cierro los ojos y me gusta recordarlo. Me mojo sólo hacerlo.

Su cuerpo contra el mío. Mis tetas aplastadas contra su pecho. Su lengua en mi boca. Sus manos que aprietan mi culo. Me muerde el labio. Una mano entra por debajo del vestido y pellizca mi culo. La otra aprieta una teta La mía va a su polla que empieza a endurecerse. La mano de él que está en mi culo empieza a tirar de mis pantis y los baja. Lo mismo hace con mi tanga. Siento su mano contra la piel de mi culo. Mis pezones van a explotar. Siento su saliva en mi boca. Su lengua en mi lengua. La mano que aprieta mi teta baja y me sube también por delante el vestido. Mis pies se separan. Se lleva su mano su boca. La llena de saliva. La vuelve a bajar. La noto en mi coño. Cierro los ojos. Ese contacto me mata. Noto sus manos en mi cuerpo. Una en el culo y otra en el coño. Su boca recorre mi cuello. Joder.

Le doy un manotazo a la cerveza que se rompe en el suelo. Me agacho y le abro el pantalón. Le saco la polla. La estiro para que el glande salga en todo su esplendor. Le doy dos movimientos rápidos y me la llevo hasta la boca. Me la meto hasta el fondo. La saco. Tengo leves arcadas de lo honda que la he metido. La veo rebosante de mi propia saliva. Le miro a los ojos. Él me mira y me coloca sobre la cabeza ambas manos. Repito la operación intentando llevarla más adentro. Él gime. La vuelvo a sacar. Él está ahora con los ojos cerrados. Vuelve la polla a mi boca y esta vez empiezo a comerla con lengua, con mis labios….quiero que sea la mejor mamada de su vida, la mejor mamada de mi vida. La recorro arriba y abajo, noto el sabor de sus fluidos en mi boca, en mi garganta. Por un lateral llego otra vez hasta el final de su polla y bajo a los huevos. Me meto una en la boca y estiro de él. Me gusta. Noto mi coño gotear. Como me tiene! Vuelvo al glande y le doy un par de lametazos para limpiarlo de líquido preseminal. La como con fuerza. Fuerte. Mientras la aguanto y la dirijo con la mano que se mueve frenéticamente sobre esa polla, llegando desde la corona del glande hasta los huevos. Cada vez que llego a ellos aprovecho para presionarlos. Hago que golpee su pene el interior de mis mejillas. Le hago sentir la presión de mis dientes sobre las venas que se le marcan en el miembro. Mi otra mano entra y sale de mi coño. Mis dedos están ya totalmente pringados. Llego a meterme tres. Ya no sé ni que hago, es todo como un sueño.

Quiero que me la meta en el coño, que me reviente, que me llene entera con leche caliente. Sin embargo no fue esa vez la que sentí su polla abrirse camino en mi coño. Esta vez no llegamos a eso.

Su leche se derramó en mi boca. Cuando vio que se corría, me apretó la cabeza de nuevo, haciendo de nuevo, que la polla llegara muy profundo. Y allí soltó su cargamento, denso y caliente. Me llegó a doler, pero mi ansia de sentirlo era mayor. Notar tras tanto deseo eso dentro de mi fue maravilloso. Quería que lo echara todo en mi interior. Cada gota. Por eso tras las explosiones de semen y tras habérmelo tragado, y entre sus suspiros, le lamí perfectamente la polla, dejándola más que reluciente.

Yo no me corrí. Pero ni falta que me hizo.

Me incorporé y le besé en la boca.

Con una sonrisa le dije que me iba al baño. Lo dejé allí en la cocina, subiéndose los pantalones y abriendo el horno, de donde salía ya un fuerte olor a quemado.

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